Dianthus: los claveles, campeones de durabilidad como flores cortadas

Todo sobre los claveles. Su historia y el trabajo de hibridación en Italia.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Flor individualista y terca, el Clavel (Dianthus caryophyllus).

Roba todo el alimento a las plantas que la rodean, reduciéndolas a menudo a malas condiciones, y orgulloso como un rey en el trono, ofrece raramente a sus yemas menores la posibilidad de desarrollo. Sólo cuando la cabeza cae o el tallo es cortado, hay lugar para un nuevo “tirano”, que reemplazará rápidamente al primero por el interés más grande de la reproducción de la especie.

Y es este carácter de la “refloración”, el obstinado volver a crecer luego de cada mutilación de la flor cortada, que lo ha hecho famoso en el mundo de los ramos económicos, especialmente en invierno, cuando la naturaleza es avara de colores y corolas.

Historia de una domesticación reciente, porque a despecho del nombre griego de “Flor de los Dioses”, acuñado por Linnèo con díos = divino y ánthos = flor, en la antigüedad los claveles no son noticia. Leyendas y textos sagrados los ignoran, y autores como Dioscórides, Teofrasto y Plinio non les dedican ni siquiera un renglón.

Crecían en todas partes sobre los despeñaderos calcáreos de la cuenca mediterránea, y por el perfume especiado, entre la vainilla y la canela, eran usados en Medio Oriente y África del Norte en la preparación de un licor empalagoso, destinado a dulces y alimentos; pero es necesario esperar hasta el 1270 con el reingreso de Túnez de la cruzada de Luis IX, luego canonizado, para que se hable de ellos en Europa.

Por las propiedades levemente balsámicas, tónicas del sistema nervioso, sudoríferas y descongestivas, fueron de alivio para los soldados heridos, enfermos entre la hediondez y la basura del frente, y se sostenía que era un antídoto contra la peste y el cólera.

Pero recién en 1442, en Aix en Provence, inicia su gran aventura hortícola.

El producotor de híbridos y nada menos que Renato de Angiò, duque de Lorena y de Bar, y conde de Provenza, el “Buen Rey René” de los franceses, famoso derrotado en exilio de la guerra por el Reino de Nápoles contra Alfonso de Aragón. “Encontró gran consuelo”, escriben, “en el cultivo de claveles”; e ironía de la suerte, es otro ilustre perdedor, el Gran Conde Príncipe Le Héros, prisionero del cardenal Mazarino en el castillo de Vincennes, quien continuará, dos siglos después, los experimentos.

Consuelo y pasatiempo en la adversidad, entonces, para no decir algo peor, porque matrimonios y funerales aparte, los nobles franceses iban a la guillotina con un clavel blanco en el pecho, símbolo de la monarquía, mientras los revolucionarios, Napoleón a la cabeza, se adornaban con el clavel rojo escarlata que luego se transformaría, en perfecta antítesis con su naturaleza botánica, en el símbolo del socialismo.

Aunque los Claveles de los floristas, todos iguales, evocan la nivelación social y de las ideas, típica de los viejos regímenes comunistas, habría sido mejor para Craxi elegir como símbolo una margarita, quizás roja o rosa: una república de pequeñas flores en las cuales, como en todas las compuestas, la individualidad de las corolas se pierde en el interés común, para la construcción de una gran flor.

Pero volvamos a los claveles que con la revolución francesa de flores snob, para pocos, se transformaron en las “flores de los albañiles” como decían con desprecio los ingleses. Un perfume de pobreza, que pesa aún hoy sobre las creaciones realmente espléndidas de nuestros floricultores.

La industria de los claveles en Italia, me explica el doctor Giacomo Nobbio de Sanremo, conocido productor de híbridos de variedades mediterráneas, comienza en los primeros años del 1.900, como reflejo de lo que sucedía en la Costa Azul. París, especialmente en invierno, pedía flores a bajo costo, y los primeros claveles para corte, los Nizzardi, soportaban muy bien las incomodidades del viaje.

Eran grandes, con el cáliz que se abría al mínimo cambio térmico dejando caer desordenadamente los pétalos, y era necesario intervenir continuamente con mal ocultos anillos y antiestéticos hilos de hierro, pero en aquellos tiempos la mano de obra costaba poco, y en plena “belle époque” el mercado era todo suyo. El Comendador Domenico Aicardi de Sanremo, los hace conocer en Italia, y continúa con mi tío el paciente trabajo de la hibridación.

Pero en 1.938, en USA, William Sim obtiene con mucha suerte, de dos padres mediocres, un cultivar de enorme éxito, el Sim, destinado a dominar por casi 50 años el mercado internacional del clavel. Es bermellón con una bella presencia, crece bien en invernadero, el cáliz no se abre más, y en las montañas de Columbia, en un clima templado constante, puede ser cultivado todo el año a cielo abierto con costos irrisorios.

Del rojo nacen luego por mutación, el rosa, el blanco y una forma jaspeada, pero lo lograron nunca obtener el amarillo, el anaranjado, el malva, el rosa brillante, y las fantasiosas combinaciones de color del “Clavel de los floristas mediterráneo” que continuó a desarrollarse aquí en Sanremo no obstante los Sim.

Mi tío, y los otros alumnos de Aicardi, seleccionaban plantas siempre más rústicas, en condiciones de soportar sin daños temperaturas próximas a cero, flores de larga duración y cálices pequeños, robustos, insensibles a los cambios térmicos. La gente se cansó de ver flores todas iguales, hechas con moldes, y recientemente el Fusarium oxisporum, un hongo que ataca las raíces de los claveles, ha dado el último golpe al imperio de los Sim. Sólo algunas variedades mediterráneas los resisten, y también los cultivadores americanos, obviamente en crisis, deben apelar a nuestras plantas.

Hoy la producción italiana no es más un monopolio sanremés: sobre 100 millones de plantas vendidas al año, 40 provienen del napolitano, 35 de Liguria, y 25 de Toscana, Apulia y Sicilia. En Pescia, en Montecatini Terme, florecen de junio a agosto, con un ciclo complementario a los otros, pero el grueso de la producción se concentra entre octubre y mayo. En invierno en los invernaderos del Norte de Europa las floraciones van despacio, y es allí que se dirigen especialmente nuestras exportaciones. Unas setenta variedades prestigiosas, entre las cuales se destacan algunas famosas creaciones del Dr. Nobbio: el Rubí, el Rayo de sol, y el Chinera, que puede durar hasta 15 días en agua como flor cortada.

Las que forman el mercado, continúa, son prácticamente una docena. Se parte de millares de hibridaciones y sólo una semilla sobre 100.000 da origen a una planta famosa. Antes los cultivar eran más numerosos, porque se cuidaba sólo el lado estético, pero hoy es la producción que cuenta.

La “reanudación” luego del corte debe ser rápida, el tallo rígido pero no frágil, y la flor grande pero liviana. Es mejor tener pocos pétalos bien dispuestos, que muchos, que se vean mal, que hacen sólo peso y terminan por curvar el tallo. Las flores cortadas deben resistir, para el transporte, por lo menos 12 horas en seco, y además de la duración en agua, se evalúa también la estabilidad del color en el tiempo, de modo que los floristas puedan acoplar los sobrantes.

Me muestra la empresa, un muy equipado laboratorio para la reproducción in vitro, las pruebas de durabilidad en varias temperaturas, y grandes extensiones de claveles encapuchados por un sobrecito de papel con un número.

Sirven, me explica, para evitar las polinizaciones accidentales. En las cruzas es necesario antes que nada evitar la consanguinidad, y estar atentos a no sumar defectos. Esta es la parte más difícil, en la cual la suerte se casa ocn la intuición y la experiencia.

Según las leyes de Mendel, se deben prever todas las combinaciones posibles, teniendo bien presente los diversos caracteres recesivos y dominantes: en las tonalidades, por ejemplo, el rojo prevalece sobre el rosa, el rosa sobre el blanco o el amarillo, y el violeta, el color de la forma silvestre, triunfa obviamente sobre todos.

Elegidos los cónyuges, se preparan para el casamiento. El día anterior son recogidas las anteras, los órganos masculinos, que deben madurar 24 horas en una bolsita, y luego, quitados los pétalos, se polinizan los estilos. Un trabajo que tiene lugar desde ferragosto hasta inicio de setiembre, y en octubre se recogen ya las semillas.

Lamentablemente casi la mitad de los claveles son estériles, y procediendo en las hibridaciones, este fenómeno se acentúa aún más. Cuando ayudaba a mi tío teníamos, en promedio, 20-23 semillas para fecundación, hoy se obtienen sólo 4. Las semillas, en bancos suspendidos, se efectúan en mayo siguiente, y luego de varios transplantes, a fines de setiembre, comienzan las floraciones y las selecciones.

Cada año, de 20-25 mil semillas, aislamos casi 60 variedades, multiplicadas rápidamente por esqueje para poder continuar los experimentos. Estas son reducidas a 6-8 en el segundo año, 2-3 en el tercero, y llevadas finalmente a 5-7 mil plantitas para entregar en prueba a los floricultores en el cuarto año poner a prueba la fase comercial. Finalmente, si todo va bien, en el quinto año se puede patentar la variedad e introducirla en el mercado.

El Dr. Nobbio me muestra con orgullo, una serie de claveles para aficionados: los “Chinos”, más pequeños, con vistosos diseños rojos, nacidos de la cruza del Dianthus caryophyllus con el Dianthus chinensis, y un híbrido con el Dianthus superbus que ha producido unos pétalos muy deshilachados.

Otro floricultor sanremes, el señor Brea, creó una graciosa variedad “miniatura” con flores de apenas 3-4 cm, muy adecuada para bouquets de restaurantes, donde las corolas no deben quitar la vista de los comensales.

Más o menos disputadas por la sistemática moderna, atenta además de las flores al diseño del polen, las especies botánicas de los claveles son casi 300, difundidad en Europa, África oriental, Sudáfrica, y gran parte de Asia, hasta el Himalaya y Japón. Y es principalmente sobre estas últimas, aunque hoy existe una variedad enana de bordura del Dianthus caryophyllus, que se concentran los intereses de los paisajistas.

Las especies más usadas en los jardines rocosos, adaptadas también a terrazas y balcones, son los Clavelitos de montaña (Dianthus deltoides) y los afines Clavelitos de las Cartujas (Dianthus carthusianorum), pequeñas matas en flor todo el verano espontáneas también en Italia en los campos; el ya citado Clavel de la china (Dianthus chinensis) altos máximo 20 cm, en flor de mayo a agosto, de perfume intenso, especialmente al atardecer y en los días húmedos; y el Clavel de los Poetas (Dianthus barbatus), que en junio-julio, renunciando al individualismo, forma ramos de pequeñas corolas, reunidas en un único tallo en inflorescencias de 8-15 cm.

Muy bellos, localizables en los viveros de montaña, son también los Claveles alpinos (Dianthus alpinus), en almohadillas compactas de 10 cm, cubiertas de grandes corolas de 3-4 cm de diámetro, y el Claver de los Glaciares (Dianthus glacialis) que crece naturalmente al límite de las nieves eternas.

Aunque los parásitos insidiosos como los Áfidos y la Arañuela roja están a menudo al acecho, y los estancamientos de agua pueden fácilmente provocar moho, marchiteces y hongos, el cultivo de todas estas especies es en conjunto bastante simple. Perennes, pero a menudo no longevos, se propagan fácilmente por esqueje y por semilla y necesitan sólo de un terreno calcáreo, bien drenado con agregado de arena, fertilizantes, y sobre todo mucho sol.

 

GARDENIA + SCIENZA & VITA NUOVA  – 1987

 

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