Erica: una pequeña flor para todas las estaciones

Una pequeña flor para todas las estaciones. Las éricas ostentan 1.900 especies, el 95% sudafricanas, y tienen un enorme potencial de jardín. No florecen como se cree sólo en invierno, sino en todas las estaciones.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Para florecer la Erica herbacea (sin. Erica carnea) se ha reservado los meses más duros. No es raro sorprender a sus graciosos racimos de campanillas rosadas o rojas que se asoman entre la nieve apenas caída, y dado que, además del frío, resiste discretamente también a la sequía, aquí se ha convertido en la planta ideal de los cementerios.

Adaptada a un “culto» de temporada, para no decir diario, y a ser abandonada míseramente junto a una lápida.

Cultivos e híbridos han permitido la extensión con éxito de las éricas en las terrazas y en los “balcones de invierno”, tanto que entre diciembre y febrero hay muy pocas flores, y recientemente, para los jardines rocosos, se ha pensado también en las especies exóticas con floración primaveral-estival.

Los viveros europeos producen ya 50 millones al año, pero en Italia, aunque el clima mediterráneo está paradójicamente entre los más adecuados, las éricas aún están por descubrirse.

Son confundidas con la Calluna vulgaris, una especie de la misma familia, sinónimo de brezal y pobreza, con un cáliz petaloide más largo que la corola, y casi nadie sabe que cuentan con más de 650 especies botánicas, el 95% sudafricanas, con inflorescencias a menudo vistosas y un enorme potencial de jardín.

Sacados los eucaliptos, comenta Deon Kotze, especialista en éricas del famoso jardín botánico de Kirstenbosch, muy pocos géneros poseen tal cantidad de especies. Y sorprende sobre todo su concentración geográfica: 600 especies en la Provincia del Cabo, más pequeña que Italia meridional, contra apenas 14 europeas.

Increíble proliferación, increíbles variaciones morfológicas sobre un único tema. Especies que crecen a menudo, codo a codo, en una infinidad de microclimas, adaptándose a cada ambiente, desde el nivel del mar hasta 2500 m de altura, desde las zonas áridas hasta los “pies en el agua”, con tallos leñosos y aspecto postrado, arbustivo o arbóreo. Se va desde la Erica nana, alta poco más que un musgo, a la Erica caffra con troncos de 30 cm de diámetro y a la Erica blenna que supera los 12 m de altura.

Las hojas, pequeñas y finas, con los estomas en el envés para reducir al máximo la transpiración, recuerdan casi siempre a las coníferas. Y de estos extraños “enebros” y “pinitos” surgen unas insólitas corolas blancas, rojas, amarillas, verdes o bicolores, en vivas combinaciones rojo-amarillas o rojo-verdes. Prácticamente las flores de la érica pueden adoptar cualquier color, excepto el azul.

Florecen según la especie, todos los meses del año, y aunque las Ericáceas (la familia que reúne a los brezos y a las azaleas, al madroño y a los arándanos) tienen flores generalmente pentámeras, presentas todas una evidente predilección por el 4 y sus múltiplos: 4 sépalos, 4 pétalos, unidos en la base para formar campanillas, tacitas y elegantes anforitas y un ovario con 4 cámaras, sobrepasado por 8 estambres.

Las anteras, observadas en el microscopio, son verdaderas joyas: cada especie tiene su “diseño” exclusivo, y las dos celditas desde donde sale el polen presentan a menudo una pareja de misteriosas alitas. No se sabe bien para qué sirven, pero tienen seguramente un rol importante en las diferentes estrategias de reproducción.

En general las éricas de corolas alargadas y pegajosas, confían el polen a los pájaros, aquellas de corolas globosas a los insectos y aquellas de flores minúsculas y grandes estigmas salientes, al viento.

Inventiva y anticonformismo, aquí son comunes; características presentes también en nuestra Calluna, que no ha decidido aún si confiar en las abejas o en el viento, y hace el doble juego, atrayendo a los insectos con el néctar, y liberando, al mínimo golpe, nubes de polen.

Casi todas las especies sudafricanas, me confirma Deon Kotze, podrían ser cultivadas en Italia, especialmente a lo largo de las costas, pero es importante que el suelo esté bien drenado y ácido, con un pH comprendido entre 4 y 5,5.

Si es duro, si el agua se estanca, es necesario excavar un hueco, y luego de colocar un estrato de guijarros en el fondo, llenarlo de tierra de hojas con turba y arena con cuarzo: materiales que además de asegurar un buen drenaje, producen acidez.

Las éricas no toleran el abono y, en general, los suelos calcáreos. Necesitan sol, viento y riegos adecuados. Por lo demás se dejan tranquilas. Sus raíces, muy delgadas, temen los golpes de azada, y para reducir el trabajo de mantención, conviene recubrir el terreno con una capa de virutas de madera, agujas de pino, o grava, para mantener una cierta humedad y frenar el crecimiento de las invasoras.

Estoy seguro, lo interrumpo, de que muchos lectores tendrán ganas de intentar, aunque luego no sabrán donde encontrarlas.

Por las semillas, continúa sonriendo, pueden escribirme aquí a Kirstenbosch, pero los viveros alemanes y suizos venden ya muchas especies Sudafricanas.

La propagación por esqueje está entre las más simples: casi dos meses después de la floración, basta con cortar unas ramitas semi-leñosas de 4-5 cm, sumergirles la base en polvo de hormonas de enraizar y colocarlas en una mezcla de turba y poliestireno. Cuando hace frío lo ideal es un lecho caliente a 24 °C, en un invernadero bien aireado con instalaciones automáticas de vaporización, pero en verano enraizan muy bien a la sombra de una esterilla, al aire libre, donde además son también menores los ataques de los hongos.

Los plantines, transplantados en un compuesto de arena y tierra de hojas, se exponen luego gradualmente al sol, y pueden ser finalmente plantados, en jardín, luego de 2-3 meses.

En Sudáfrica el mejor período para las siembras es abril-mayo; en Italia podría ser octubre.

Luego de haber secado bien los frutos al sol, es necesario hacerlos rotar en un sedazo para desprender las microscópicas semillas que luego serán esparcidas sobre tierra de hojas y arena fina, en una cajita alta por lo menos 10 cm. El drenaje es, como siempre, esencial, el suelo debe ser bien plano y compacto.

Las primeras plantitas se asoman según la especie, luego de 1-2 meses. En primavera estarán altas un centímetro, y con un poco de suerte, florecerán al año siguiente.

 

SCIENZA & VITA NUOVA + GARDENIA  – 1990

 

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