Flores fuegos artificiales: un estilo insólito para seducir a los polinizadores

Expertas en el arte de seducir a los polinizadores, los atraen con su aspecto pirotécnico. Varias estrategias y astucias vegetales.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Flores desnudas, casi sin pétalos. Emancipadas, modernas, todo sexo, con estambres y pistilos pirotécnicos. Flores novedad del 2000, de moda, más allá de que por el diseño insólito, por la increíble duración en florero, una vez cortadas.

Los Leucospermum, parecidos en floración a alfileteros, y luego a puercos espines, ya nos llegan de Sudáfrica, a través de Holanda, embalados como claveles para finas composiciones florales; y en el Instituto Nacional de Investigación Agronómica de Antibes, en Francia, se prueban en varios terrenos al aire libre, muchas especies de Protea, Grevillea, Banksia y Callistemon.

Es posible encontrarlas, también en Italia, en los catálogos de los viveristas y tendrán ciertamente un futuro mediterráneo.

¿Pero de dónde aparecen, de repente, estas flores nunca vistas?

¿Son «fósiles vivientes», sobrevivientes como el ornitorrinco y canguros en tierras lejanas, o por el contrario flores modernísimas?

Para entenderlo, veamos más de cerca qué son las flores.

Aunque a menudo son tomadas como símbolo de la virginidad y la pureza, para hablar claro son los órganos sexuales de las plantas. Revelación de por sí un poco sorprendente, que nos hace ver de repente un bonito ramo de flores como un haz de miembros de toro o vulvas de gata; pero quererlo o no, los coloridos sexos del mundo verde nos fascinan, y sus complejas estrategias amorosas nos implican.

Desde hace milenios, en efecto, las plantas, incluso uniéndose entre ellas, hacen el amor con los animales.

Antes abandonaban a los espermatozoos en el agua y al viento, pero hoy, sacadas las especies primitivas o arcaicas como los musgos, los helechos y las coníferas, casi todas confían su descendencia a los insectos y a los pájaros, con un transporte y una implicación tal, que no es en fin muy azaroso definir amoroso.

Los atraen con desfiles nupciales muy coloridos; los seducen con la belleza y el perfume; los nutren con el néctar; les ofrecen un refugio por la noche y las intemperies; y luego, como en los mejores ménage, los explotan, transformándolos en «carteros», más o menos conscientes, para llevar a destino su polen.

La «oficina de correos», el lugar de encuentro, es la flor: una genial invención con que, hace casi 100 millones de años, en las selvas pluviales, las plantas se han, en cierto sentido, animalizado.

Para conquistar a alguien, es buena táctica mostrar inmediatamente los mismos gustos, el mismo punto de vista; y para seducir a los pájaros, que quieren notablemente los colores, en el Cretácico las plantas inventaron una estructura colorida, la flor, completamente extraña a su mundo verde.

Como ocurrió en la noche de los tiempos, con el nacimiento de los primeros animales, engendrados por una planta que perdió la capacidad de hacer la fotosíntesis, así también la segunda animalización de las plantas ocurre con una «pérdida.»

Algunas hojas, es decir, renuncian a la clorofila y se colorean convirtiéndose en pétalos. Una metamorfosis que todavía vemos hoy, en función, en especies «algo decididas» como las Buganvillas, la Estrella de Navidad o las Bromeliáceas, de las hojas lacadas de rojo que esfuman, más abajo, en el verde.

¿Flores u hojas? Qué importa. Nos gustan, y gustaron hace 100 millones de años a los pájaros.

Tintes chillones, formas en cresta que imitaron su plumaje, apremiantes invitaciones a pantagruélicos atracones de néctar con ensaladitas de pétalos: las flores hicieron de todo para seducirlos y los pájaros se atracaron felices.

Tuvieron, es cierto, la gracia de un elefante en una tienda de porcelanas, pero el polen llegó justo a destino, también en las selvas más espesas, donde el viento no era propio de casa.

Con alguna astucia para proteger sus órganos genitales y la descendencia de la voracidad de estas parejas embarazosas, las plantas de flor prosperaron y crecieron a tal punto en número que bien pronto la selva empezó a quedar chica.

Las especies más atrevidas se movieron entonces a la conquista de las regiones templadas; pero donde en invierno la vida vegetativa tiene una pausa, donde no hay abundancia de frutos todo el año, los pájaros escasean.

Por un instante las flores se miraron alrededor extraviadas, y luego, visto que en el cielo zumbaban los insectos, con una hábil reconversión adaptaron sus pétalos a los gustos y a los colores de la nueva clientela.

El blanco, el azul y el amarillo, con reflejos y dibujos visibles al ultravioleta; manchas y líneas convergentes para señalar el camino del néctar; soportes y apoya-pies hechos a propósito para el aterrizaje del huésped; pero también complicados balancines, pétalos que se cierran como trampas y herramientas de sadomasoquismo, para polinizar de la mejor manera a los malaventurados.

En breve formaron unos refinados «restaurantitos» para gente de clase, a veces un poco equivocados, pero casi siempre exclusivos de un cierto grupo de insectos o de una especie.

Fue un gran suceso, porque los insectos comen menos, rompen menos que los pájaros y se pueden plagiar más fácilmente. Un cerebro pequeño, bien programado, con un margen de imprevisibilidad casi nulo; amantes incansables, quizás un poco estúpidos, pero perfectos, muy, muy precisos.

Por millones de años la palabra de orden de las flores fue «miniaturización» y las corolas de gigantescas se hicieron pequeñas, pequeñas. Tan pequeñas que luego a menudo, ni los pájaros ni las abejas las vieron más.

Muchas plantas tuvieron entonces cambios. Las flores de los climas fríos, donde la estación vegetativa es muy corta y en primavera los insectos son casi inexistentes, volvieron a producir polen en cantidad, confiándolo de nuevo al viento, antes del brote de las hojas.

Es el caso del abedul, con casi 5 millones de gránulos a gatito (así los botánicos llaman a las «viboritas» de flores que en marzo-abril cuelgan de las ramas), o del avellano, con 500 millones de gránulos por árbol, una «alegría» para quien padece de alergias.

Y las de climas templados, puesto que una vez hecha cierta elección evolutiva no es fácil volver atrás, agruparon sus pequeñas corolas en estructuras, parecidas a grandes flores, que los botánicos llaman inflorescencias.

Es el caso, entre nosotros, de las margaritas, y en el hemisferio sur de muchas Proteáceas y Mirtáceas, empujadas a menudo a este paso también por la abundancia de pequeños pájaros melífagos. Una de las muchas vueltas cíclicas de la naturaleza; pero una vuelta con una óptica diferente, como en la montaña, de una curva más alta.

Flores para pájaros con la experiencia de las flores para insectos, con el gusto del diseño y el detalle; y flores para insectos más finos, de contornos más extraños.

Así nacen las «flores fuegos artificiales», por caminos a menudo diferentes, para seducir a amantes a menudo diferentes, pero con aspecto análogo, el de un pequeño estallido pirotécnico.

Las flores, como es sabido, aunque pequeñas, generalmente agrupan en una única estructura los elementos masculinos (estambres con anteras cargadas de polen) y los femeninos (ovario con estilo y estigma).

Alrededor los pétalos, libres o soldados, forman la corola, el aparato publicitario al cual corresponde la tarea de atraer a los polinizadores.

Pero cuando éste falta o, como en nuestro caso, es insignificante, para hacerse notar no resta más que producir buen néctar, y evidenciar al máximo, agrandándolo, lo poco que queda, es decir el sexo.

Las «chicas» de las flores generalmente son tradicionalistas y reservadas: tienen los óvulos encerrados en casa, en el vientre de la flor, y esperan el polen, el esposo, con una especie de «antena televisiva», el estilo, que sobresale del ovario, y se abre hacia arriba, sobre el «techo», con grandes bigotes o una esfera.

Pero las hembras de las Leucospermum en Sudáfrica y de las Grevillea en Australia, vista la ineficiencia de los machos, y que con un estropajo de corola por vestido ya estuban casi desnudas, decidieron lucirse.

«Basta ya de pudores», se dijeron, «basta ya de estar escondidas, basta ya de esperar», y han agigantado sus estilos, pintándolos de amarillo, rojo o anaranjado, con llamativas cabezas, los estigmas, que subrayan con tintes en contraste, a menudo llamativos, el punto más íntimo de su feminidad.

Cuando la flor es aún pimpollo, crecen en demasía; empujan sobre los pobres machos, pequeños, pegados a los cuatro lóbulos del pequeño cáliz, se doblan en arco y los desfloran. Los laceran, robándoles el polen, y después de haberlos humillado los abandonan abatidos abajo, levantándose orgullosas como estambres, cargadas de polen.

¿Autofecundación? ¿Incesto? No, porque nuestras «feministas», cargadas de polen fraterno, no son de momento receptivas: toman la «píldora», y sólo después de haber dispersado el polen, enharinando a deber a pájaros e insectos, vuelven a soñar, y a esperar, como todas las chicas del mundo de las flores, su Príncipe azul.

El estigma se hace entonces pegajoso, receptivo, y el polen procedente de otras inflorescencias alcanza el ovario con un patrimonio genético diferente. La naturaleza tiene horror de la consanguinidad, y aunque por motivos técnicos a menudo agrupa los dos sexos en la misma flor, hace luego de todo para evitarla.

¿Y los machos de las pequeñas flores? No se han quedado por cierto siempre cruzados de brazos. En las Melaleuca y los Callistemon, unas mirtáceas australianas, a menudo han creado estructuras no menos explosivas.

Aquí los trayectos pirotécnicos son trazados por los estambres, también engrosados y pintados, en auténticas asociaciones machistas, en las cuales los estilos ahogan en un mar de anteras amarillas.

Y no faltan ni siquiera los «solistas», grandes flores individuales grandes de hasta 8 cm, como el Eucalyptus macrocarpa, la «Rosa del oeste”. Habría que estar orgullosos por haber conseguido, con una sola flor, el efecto de centenares de feministas, pero los machos de los eucaliptos no se conforman, y a menudo se ponen, también ellos, uno junto al otro en inflorescencias espectaculares. Nubes de estambres rojos o amarillos, un verdadero triunfo machista, como ocurre con las mimosas, que completamente ignorantes de deber representar en Italia el movimiento de las mujeres, son en realidad flores típicamente falócratas.

No faltan, aunque raras, inflorescencias en las cuales el efecto pirotécnico es confiado a las corolas, largas y sutiles.

Es el caso, en Sudáfrica, de proteas como la Protea aurea, y en Australia de muchas Banksias como la Banksia candolleana o la Banksia praemorsa, cuando, como en el Banksia coccinea o la Banksia integrifolia, las feministas no renacen, con sus estilos y la «danza de los arquitos”. Es el caso de proteáceas extrañas como los Isopogon o el Stenocarpus sinuatus, el increíble “Árbol de las ruedas de fuego», de llamativas corolas escarlatas dispuestas en juventud como los rayos de una rueda.

Las compuestas, generalmente chatas, no nos ofrecen muchos fuegos de artificio, pero siempre en Australia, la Waitzia podolepis, asombra por la increíble forma eruptiva. Para seducir a los insectos en una tierra de estallidos pirotécnicos, no ha podido, también ella, prescindir del diseño de la competencia.

CULTIVO

BANKSIAS :

De 73 especies de Banksia existentes, 58 crecen en la franja sur-occidental de Australia Occidental, en un clima seco templado-cálido, bastante parecido al Mediterráneo y otras, más tolerantes a la humedad, a lo largo de las costas sudorientales en Victoria.

Florecen según la especie en todas las estaciones, y algunas están en floración sin descanso 6-9 meses al año.

Entre nosotros, en la costa, me confirma Paul Wycherley, director del famoso Kings Park Botanic Garden de Perth, podrían crecer también al aire libre.

La mayor parte se propaga por esqueje, con ramitas apicales de 8-16 cm. Basta con sacar las hojas inferiores, y arraigan fácilmente en un compuesto arenoso, sin necesidad de tratamientos hormonales. Pero para iniciar, si no se encuentran «plantas madre», el único camino posible es el de las semillas.

En Australia las Banksias se siembran en otoño. Pero entre nosotros, puesto que los plantines sufren el frío, y a menos que se cuente con un invernadero o un porche calefaccionado, conviene proceder en primavera.

Las semillas deben ser esparcidas en una caja, con un compuesto arenoso, bien drenado, ligeramente ácido o neutro. El ideal es un pH comprendido entre 6 y 7. Sacadas las especies de montaña (Banksia canei, Banksia saxicola y ciertas formas de Banksia marginata), cuyas semillas requieren un «tratamiento preventivo» de 60-120 días de heladera, a 5° C, generalmente brotan sin problemas, y las primeras hojuelas brotan después de 3-6 semanas.

Frecuentas pulverizaciones, con alguna añadidura de fungicida, hacen crecer los plantines lozanos y sanos, y después de casi un mes se transplantan. Pueden ser cultivadas en maceta por un año, o puestas directamente a morada, a pleno sol, a condición de no hacer faltarles el agua y un mínimo de protección de los rigores invernales. En los primeros dos años de vida las Banksias son en efecto extremadamente vulnerables.

El terreno debe ser blando y bien drenado. Generalmente conviene sacar casi un metro y llenar el foso de un compuesto arenoso con mucha turba, que aumenta además la acidez del suelo. No hace falta que sea rico: en naturaleza las Banksias viven en terrenos pobres, y además de no tolerar el fósforo, el exceso de fertilizantes las mata, o les reduce drásticamente la floración.

Toleran sin daños temperaturas invernales de -2°, -3° C, pero sucumben fácilmente a las nieblas.

GREVILLEAS :

Además de las formas botánicas (casi 250 especies), los viveristas australianos ofrecen numerosos híbridos resistentes, nacidos a menudo por casualidad, como las «Porinda» de Victoria, en los jardines de los apasionados.

La Grevillea robusta se ha naturalizado en algunas localidades mediterráneas y la Grevillea rosmarinifolia, muy rústica, ya alegra desde hace años los parques de la costa.

Cada especie tiene sus exigencias particulares. Generalmente se puede decir que estas plantas necesitan terrenos arenosos, bien drenados, ligeramente ácidos, pobres en fósforo.

Pero algunas, al contrario, quieren los suelos arcillosos.

Las semillas aladas, una o dos por fruto, requieren generalmente para brotar algún minuto de remojo en agua caliente, y se esparcen, en otoño o primavera, sobre un compuesto arenoso y friable, mojado por capilaridad o pulverizado varias veces al día.

El mejor período para los esquejes es el fin del verano. Las raíces, favorecidas por un tratamiento hormonal, crecen enseguida abundantes, y para no romperlas al momento del transplante, cada ramita tiene que tener su maceta.

Salvo pocas especies de media sombra, las Grevilleas aman el pleno sol y los lugares bien aireados. La humedad, más que el frío, es a menudo el obstáculo a la difusión de estas plantas en nuestros climas, pero en el Jardín Botánico de Canberra están injertando con éxito las especies más difíciles sobre pies de Grevillea robusta.

PROTEAS y LEUCOSPERMUM :

Entre 1780 y 1820, me explica el Prof. John Patrick Rourke, eminente taxónomo del Jardín Botánico de Kirstenbosch, en Sudáfrica, muchas proteáceas surafricanas fueron cultivadas en Europa.

Fueron introducidas con éxito, del famoso Royal Botanic Gardens de Kew, en Francia, Alemania, Italia y hasta en Rusia. En San Sebastián, cerca de Turín, por ejemplo, el marqués de Spigno tenía una colección muy rica. Luego con la llegada de las orquídeas y otras plantas exóticas, los invernaderos, inicialmente no calefaccionados, se tornaron cálidos y húmedos, y las proteáceas sudafricanas, que tienen necesidad de aire seco y un largo período de descanso invernal, con temperaturas bajas, murieron todas rápidamente.

En lugares como la isla de Elba o Cerdeña, donde el suelo es ácido y el clima favorable, se pueden cultivar tranquilamente al aire libre. De otro modo hace falta arreglarle o preparar unos «bolsillos» de terreno ácido, junto a las raíces, con turba y arena de cuarzo. Las especies localizables son centenares.

Se reproducen fácilmente sea por esqueje que de semilla, pero necesitan en todo caso temperaturas mínimas invernales de 10° C, riegos abundantes hacia el fin del invierno y terrenos relativamente pobres en fosfatos y potasio, con un pH comprendido entre 4 y 6.

EUCALIPTOS DE FLOR:

Los Eucaliptos de flor, fáciles de cultivar en un clima mediterráneo, ya se encuentran en los viveros. Pero de las especies más insólitas (existen cerca de 600) a menudo es necesario escribir en Australia.

Se siembran todos al principio de la primavera, en cajas colmadas de un compuesto arenoso y suelto, cubiertas por un vidrio y algún viejo periódico.

Tienen que estar a una temperatura de 13-15° C y sólo cuando empieza a brotar algo, después de unas 2 semanas (para algunas especies también 2 meses), se pueden remover las protecciones. La caja bien expuesta a la luz, pero no a sol directo, debe ser mojada por capilaridad, con parciales inmersiones en barreños más grandes. Después de una veintena de días, cuando los arbolillos muestran dos grandes hojas y están creciendo las siguientes, se realiza un rápido transplante en macetitas, sin dejar secar las raíces.

Los bebé-eucaliptos serán gradualmente llevados al sol, y regados con cuidado todo el verano. En otoño, cuando superan los 15 cm, se podrán poner finalmente a morada, sin desarraigarlos, con todo su «pan de tierra.»

Aunque algunas especies toleran los suelos calcáreos, el terreno debe ser preferiblemente neutro o ácido. La fertilidad no cuenta: basta que esté bien expuesto, drenado y húmedo en verano, al menos hasta que la planta sea bastante grande para buscar sola el agua, con sus profundas raíces.

Generalmente los Eucalyptus crecen de prisa (hasta 5 m en 3 años) y descubriréis que la forma de las hojas y su punto de unión sobre las ramas, cambia sorprendentemente en el tiempo. Los expertos distinguen 4 fases (germinativa, juvenil, intermedia y adulta) con 4 tipos diferentes de hojas y solo cuando la planta es adulta, con la copa definitiva, veréis brotar las primeras flores.

CALLISTEMON :

También llamadas Escobillas o Cepillos para botellas, son matorrales y arbolitos de casa en Australia y Tasmania.

Se encuentran fácilmente en los viveros, y crecen bien al aire libre en las localidades marinas de Italia centro meridional.

Aceptan todos los terrenos, pero bien drenados y bien expuestos. Deben ser regadas poco en invierno, y se propagan fácilmente en junio con esquejes semileñosos de 8-10 cm.

El «camino de la semilla» es más largo. Se plantan en marzo, en un lecho caliente, utilizando un compuesto ligero. Luego se transplantan en macetitas de 7-8 cm. Tienen que transcurrir el invierno a temperaturas alrededor de los 7° C, y en marzo siguiente se transplantan, y se espera aún un año para la puesta en morada definitiva.

Análogo, pero a menudo más difícil, es el cultivo de las Melaleuca.

WAITZIA PODOLEPIS :

No es fácil encontrarla en Italia, pero se pueden pedir semillas a los viveristas australianos. En un clima mediterráneo debería crecer fácilmente.

 

 NATURA OGGI + TERRE SAUVAGE – 1989