Tulipa: tulipanes de muchas cabezas, similares a rosas… y formas raras

Tulipanes. Éstos son los extravagantes. Toda la historia y las rarezas de una flor. Se cuentan hoy 3.000 variedades, con corolas similares a estrellas, peonias o rosas. Las últimas formas con dos o más cabezas.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Tulipanes locos con varias cabezas; flores parecidas a estrellas, peonias o rosas; pétalos desflecados que danzan al viento: difícil divisar en las casi 3000 variedades hortícolas de la “Classified List and Internacionales Register of Tulip Names” los semblantes ya lejanos de los antepasados botánicos.

Del “cóctel” de cromosomas afloran aquí y allá los fundadores: la Tulipa gesneriana, la Tulipa kaufmanniana, la Tulipa greigii, la Tulipa fosteriana, la Tulipa praestans, las Tulipa persica y otros antepasados ilustres, denegados a menudo por la sistemática moderna cada vez más atenta, más allá de que a la flor, al diseño del polen y a las leyes de la genética.

Antes se hablaba de un centenar de especies, originarias de Persia y de Turquía, pero luego se descubrió que muchas eran sólo variedades, sinonímicos o antiguos cultivar creados por el hombre para uso alimenticio; y que por el contrario, el área de difusión del género era vastísima: una franja ancha de más de 1000 kilómetros que sigue fielmente el paralelo 40°, desde el Mediterráneo, Italia incluida, a Japón, pasando por Turquía, Irak, Irán, Rusia, Kazakistán, Afganistán, Pakistán, India, China, Mongolia y Corea.

Cierto es, de todos modos, que en la antigüedad los tulipanes no estaban de moda. Los textos sagrados los ignoran, y autores como Dioscórides, Teofrasto y Plinio por lo que se sabe no los vieron nunca.

La primera representación de estas extrañas flores “con turbante” con 6 tépalos (los tulipanes tienen 3 pétalos y 3 sépalos, pero puesto que estos últimos en vez de ser pequeños y verdes, como de costumbre, imitan perfectamente los pétalos, los botánicos, ante la incomodidad, decidieron llamarlos a todos “tépalos”), remonta a un biblia del ‘200 y el poeta persa Khayyan los celebra en 1390 con el nombre de “Lalé”; pero hace falta esperar aún más de un siglo para encontrar una clara descripción científica de ellos por obra del Great Britain Mogol Zahir A-Din Muhammad, llamado Babur, “El tigre”, bisnieto de Tamerlano, fundador del imperio Mongol y dueño de un territorio inmenso que se extiende hasta la India.

Los aristócratas, cuenta en sus memorias, los cultivan en los jardines y nos describe detalladamente, con celo botánico, unas treinta variedades.

Años más tarde la moda de estas flores individualistas, ambiguas como efebos y frescas como odaliscas, conquista también la corte turca. El sultán Solimán I, poeta, filósofo y amante de lo bello, los cultivan a profusión en los harem. Y es un diplomático de carrera del Sacro Romano Imperio, Ogier Ghislain de Busbecq, embajador en Constantinopla de Ferdinando I, quien los hace conocer en Europa.

En 1559 manda bulbos al amigo Charles de l’Ecluse, mejor conocido como Carolus Clusius, naturalista francés en la corte de Viena. Quien, pensándolos comestibles, los confía a cocineros y a boticarios que los maceran con escaso éxito en azúcar, o los hacen freír con aceite y sal.

Pero por suerte alguno huye de la matanza y el médico-botánico suizo Konrad Von Gesner, huésped de amigos en Augusta, los ve y se enamora a la primera vista.

Los dibuja con entusiasmo en los detalles y los bautiza Tulipa turcarum, recalcando el nombre turco de “turbante”. Son los antepasados de los comunes tulipanes de jardín que luego Linnèo reclasificará en su honor como Tulipa gesneriana.

Clusius, enterado de la equivocación y del tiempo perdido, multiplica los sobrevivientes y los lleva consigo a Holanda dónde asumió el cargo de director en el Jardín Botánico de Leiden.

Nacen formas llamativas, y atraídos por la novedad, los ricos comerciantes del lugar le ofrecen sumas ingentes. Clusius no quiere venderlos, pero por la noche le desvalijan el jardín.

En poco tiempo los tulipanes se convierten en un “símbolo de status”, y sus precios alcanzan cifras de locura: en 1636 tres bulbos de la variedad ‘Semper Augustus’ se pagan 30.000 florines; una cebolla de ‘Admiral van Enkhuizen’ 11.500 florines; y un ‘Viceroy’, comprado por un maníaco corto de fondos, 2500 florines, más 2 bueyes gordos, 3 cerdos, 12 ovejas, una cuba de vino, 4 barriles de cerveza, 100 kilos de manteca, 1000 libras de queso, una cama con colchón, un ropero con ropa, un florero de plata y otros bienes menores.

Hay quienes se matan por la envidia o la rabia de no poseer las variedades de moda, y quien va en bancarrota por haber especulado sobre los bulbos en la famosa casa de la Familia Van der Bourse dónde se vendían (de aquí parece haber nacido el nombre de Bolsa), también los derechos sobre los cruces en curso, las semillas y las variedades pedidas al extranjero.

Al colmo de la “tulipán-manía” un aristócrata, pariente del cardenal Mazzarino, se cree un tulipán y pretende que un ayudante lo riegue dos veces al día.

Por suerte en 1637, después de una “caída técnica” de los precios, el gobierno holandés pone fin a las especulaciones más locas, pero los tulipanes ya han conquistado Europa.

Holanda, que aún hoy detenta el monopolio productivo por motivos históricos, dedica todos los años 7.000 hectáreas al cultivo de estas plantas, y la moderna genética ha encontrado en los tulipanes un importante banco de pruebas.

Sometiendo los bulbos a golpes térmicos y tratando las plantas con Colchicina, una sustancia que duplica los cromosomas turbando el normal proceso de duplicación celular, nacieron unos tulipanes que repiten más de dos veces su patrimonio genético.

Junto a las formas normales, llamadas “diploides”, con 24 cromosomas, se encuentran unos “triploides”, con 36 cromosomas, y hasta unos “tetraploides”, con 48 cromosomas. Y si en la especie humana basta el desdoblamiento de un cromosoma para provocar efectos conocidos como el mongolismo, podéis fácilmente imaginar las consecuencias: plantas con células “obesas” y por lo tanto flores más grandes y más coloridas; combinaciones genéticas antes imposibles e híbridos fecundos, hasta, en cierto sentido, la “creación de nuevas especies”.

Variedad de coleccionistas aparte, la producción actual versa sobre unos 300 cultivar asociados en 15 categorías y 4 grupos: los “Tulipanes con Floración Precoz”, los “Tulipanes Tardíos”, los “Tulipanes de Media Estación” y los “Tulipanes Botánicos”.

Los primeros, simples o dobles como el ‘Hytuna’, florecen en invernadero en enero-febrero y al aire libre en marzo-abril. Reaccionan muy bien siendo forzados, y detrás de una ventana bien expuesta, pueden estar en flor ya en Navidad.

Por otro lado los “Tulipanes Tardíos” en cambio esperan el mes de mayo para abrirse, pero generalmente duran más. Comprenden las comunes variedades con flores individuales, entre las cuales el famoso ‘Queen of night’, casi negra; los “Tulipanes con flor de azucena” como el ‘Maytime’, el ‘Marjolein’, el ‘West Point’ o el ‘Ballade’, parecidos de día a estrellas, y por la noche, cuando se cierran, a románticas llamas de vela; los “Tulipanes desflecados” como el ‘Fancy Frills’ o el ‘Crystal Beauty’, de los increíbles tépalos ciliados; los “Viridiflora” con tépalos parcialmente verdes como el ‘Esperanto’ o el ‘Humming Bird’; los “Rembrandt”, estriados «artísticos» por enfermedades virales de los bulbos; la “Peonia” de pesadas flores súper dobles; y los “Papagayos” de aspecto desgreñado y retorcido como el ‘Flaming Parrot’ y el ‘Estella Rijnveld’, conseguido en laboratorio con grandes bombardeos mutantes de rayos X.

Los “Tulipanes de Media Estación”, en flor de abril a mayo, son muy usados, por la robustez del tallo, por la industria de la flor cortada. Comprenden los famosos “Triumph”, nacidos del cruce entre los precoces y los tardíos, con corolas a menudo enormes como el ‘Ice Follies’, el ‘Starfire’ y el ‘Sunlife’; y los “Darwin”, como el ‘Olympic Flame’, nacidos de la unión de las primeras especies importadas con el Tulipa fosteriana.

Los “Tulipanes Botánicos”, siempre más de moda, ostentan especies en curso de domesticación como el Tulipa praestans, que dio origen al ‘Fusilier’; los “Kaufmanniana” con floración precoz; los “Fosteriana” como el ‘Juan’, de hojas manchadas o estriadas; y los “Greigii”, tulipanes enanos, aptos para macetas y borduras, con hojas manchadas o estriadas y corolas a menudo llamativas como el ‘Grand Prestige’, el ‘Rosanna’, el ‘Plaisir’ o hasta similares a rosas como el ‘Oratorio’ y el ‘Corsage’.

Nacido en 1949 por iniciativa de algunos productores holandeses para mostrar al gran público las bulbosas en flor, el jardín de Keukenhof en Lisse es el catálogo viviente de todas estas variedades: 28 hectáreas, casi 15 km de avenidas, 7 millones de bulbos y 800.000 visitantes en algo más de 7 semanas, el breve período de las floraciones en el cual queda abierto al público.

Aquí, a cielo abierto, los tulipanes florecen en un calidoscopio de colores desde mitad de abril a fines de mayo, los narcisos en abril y los jacintos en la segunda mitad de este mes.

Pero en los 5.000 m2 de invernaderos del parque, al amparo de los caprichos del tiempo, se desarrollan paralelamente “Desfiles botánicos”, exposiciones sobre temas específicos en las cuales son presentadas las últimas novedades. Tulipanes modernos como el ‘Wonderland’ y el ‘Striped Sail’, con dos cabezas o el ‘Happy Family’, que renunciando a la individualidad propia de la especie, forma unos ramilletes de corolas más pequeñas, asociadas en una alegre familia sobre un único tallo.

COMO CULTIVAR LOS TULIPANES

Los tulipanes pueden ser cultivados al aire libre, en plena tierra o en maceta, en posiciones soleadas al amparo de los vientos y en casa, detrás de una ventana, para floraciones precoces.

Se plantan en octubre-noviembre, de modo que tengan todo el invierno para arraigar, en terrenos bien drenados y calcáreos, sin estiércol, que, especialmente si está mal descompuesto, amenaza con infectar y hacer podrir las plantas.

Abonos químicos, pues, y cuando el suelo es ácido, pequeños agregados de cal o productos análogos que se encuentran en los “centros de jardinería”.

¿A qué profundidad deben ser puestos? Generalmente 10-15 cm, pero también a 25 si son muy grandes, el terreno es ligero o hay el riesgo de que se los coman los ratoncitos.

En las macetas, por lo menos a 15 cm de profundidad, se pueden enterrar en diferentes alturas, uno junto al otro, para conseguir espectaculares “bouquet” escalonados, pero generalmente la distancia entre los bulbos debe ser de 10-20 cm según el efecto requerido.

Frecuentes riegos primaverales, de modo que el sustrato se mantenga húmedo, y generosos abonos líquidos, cada 2-3 semanas, lograrán el milagro de la floración.

Cuando caen los tépalos, el tallo debe ser cortado para no cansar demasiado al bulbo con una inútil producción de semillas que emplearían 5-7 años para florecer, y hace falta reducir gradualmente el aporte hídrico.

Nuevamente un par de abonos, para que la planta se restablezca de las fatigas de la floración, y cuando las hojas amarillean no se riega más.

Secarán, como en las tierras de origen, para el largo reposo veraniego, pero salvo algunas formas botánicas como los híbridos de Tulipa kaufmanniana, hace falta sacar los bulbos del suelo.

Deben ser lavados y puestos a secar a la sombra sobre un eje. Luego, cortadas las raíces y las hojas restantes, a 2-3 cm del bulbo, se ubican, mesclados con turba seca, en una vieja media de nailon colgada, o en una caja, en un lugar oscuro a 16-18° C.

Los bulbitos que crecen junto a la planta madre a menudo generan por mutación nuevos cultivar.

Deben ser plantados en otoño como los otros, a 5-15 cm de profundidad, según la talla. Los más grandes florecerán en primavera, los medianos al año siguiente y los pequeños después de 2-3 años; pero es mejor renunciar a la primera floración y cortar al nacer los fustes floríferos para darles el tiempo de robustecerse.

No obstante ser en conjunto fuertes y rústicos, también los tulipanes no escapan a enfermedades y parásitos.

Babosas y caracoles a menudo devoran hojas y bulbos, y conviene eliminarlas enseguida con anzuelos envenenados. Un buen gato mantendrá alejados los roedores, pero aparte de una difícil desinfección del suelo con productos específicos, hay poco que hacer contra los gusarapos o las virosis, que provocan malformaciones y tiras, no siempre artísticas, sobre hojas, fustes y tépalos. En estos casos las plantas tienen una rápida decadencia, y para evitar que el mal se extienda, casi siempre conviene tirarlos, cambiar tierra y volver a empezar de cero.

 

GARDENIA – 1991

 

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