Aizoáceas : flores que se abren a mediodía

Las extrañas flores de mediodía. Pertenecen al grupo de las mesembryanthemaceae, plantas 99% suculentas y sudafricanas que cuentan 2.300 especies. Los frutos son cápsulas «inteligentes» que se abren solamente cuando llueve. Para defenderse de los herbívoros, las hojas contienen sustancias narcóticas, próximas a la cocaína. Las flores se abren generalmente a mediodía.

 

jpg_aizo1.jpg

jpg_aizo2.jpg

jpg_aizo3.jpg

jpg_aizo4.jpg

jpg_aizo5.jpg

jpg_aizo6.jpg

jpg_aizo7.jpg

jpg_aizo8.jpg

jpg_aizo9.jpg

 

PEPPINO.gif
Texto © Giuseppe Mazza

 

VIVIANA.gif
Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Los zoólogos reconstruyen la evolución de los animales a partir de los huesos, los botánicos a partir de las plantas de flor.

Como salta rápidamente a la vista, comparando los órganos sexuales humanos con los de los otros mamíferos, la naturaleza en materia de sexo es en efecto muy conservadora; y dado que las flores, las modernas estructuras reproductivas del mundo verde, evolucionan más lentamente que las hojas y tallos, siguiendo este hilo de Ariadna, se puede también en ausencia de fósiles, clasificar los vegetales, o lo que es lo mismo trazarles la historia.

De casi 300 grandes proyectos arquitectónicos de la flor, han nacido otras tantas familias de plantas más o menos conocidas e importantes, entre las que se destaca la de las Aizoáceas, con más de 2.300 especies.

Aquí la flor, con una marea de estambres en el centro, que se transforman en pétalos radiados hacia los bordes, recuerda a primera vista a una margarita, pero lejos de ser un “mini bouquet”, la unión en una inflorescencia de tantas pequeñas corolas, es un “single” de buena talla, individualista y orgulloso en su tallo.

A diferencia de las Compuestas, difundidas prácticamente en todos los climas, se trata además de plantas suculentas, con reserva de agua, creadas para vivir en tierras calurosas y áridas, al límite de los desiertos; y aún más comunes que las margaritas, sus flores se abren para atraer a los insectos a horas fijas, en general al mediodía, cuando el sol está alto en el cielo.

Por ello, luego del descomunal error de clasificación de los primeros Carpobrotus, llegados a Europa en la segunda mitad del ‘600, y colocados por la forma del fruto entre los higos, con el nombre de Ficus aizoides o Ficoides, por el holandés Paul Herman, director del Jardín botánido de Leida, todas estas plantas fueron rebautizadas Mesembrianthemum, del griego mesembría, «mediodía», y ánthemon, «flor».

Pero luego se tomó conocimiento que algunas se abrían solamente de noche, y entonces surgió la brillante idea, aceptada por Linnèo, de cambiar el nombre de Mesembrianthemum a Mesembryanthemum, de mésos, «central», émbryon, «embrión», y ánthemon, «flor», en referencia a la posición del ovario.

Así, sin notables cambios, mutando la “i” en “y”, el rigor científico estaba salvado.
A medida que procedían las exploraciones, el número de las especies aumentaba: 500, 1000, 2000 y aún más.

En cierto punto los botánicos fueron obligados a un “split”, y en 1973 el colosal género fue finalmente dividido en 125 nuevos géneros, encuadrados en la familia de las Aizoáceas (por el género Aizoon, espontáneo también en Calabria, entre Capo dell’Armi y Capo Spartivento, con alusión a los largos períodos de sequía que estas plantas superan resecas, casi “sin vida”) por los europeos, y en la de las Mesembryanthemaceae, por americanos e sudafricanos.

Más allá de las disputas botánicas, si bien la familia cuenta con algún aislado representante en Europa, América y Australia, se trata de especies el 99% sudafricanas.

El equivalente al cactus, en el viejo mundo, pero con técnicas de supervivencia más refinadas y elegantes.

Aunque acumulando como todas las suculentas reservas de agua en las gigantescas vacuolas de las células, muchas Aizoáceas no se conforman precisamente con hincharse y deshincharse como acordeón, sino que reducen las pérdidas de agua ligadas a la fotosíntesis en ambientes áridos, con un particular metabolismo, llamado CAM (Crassulacean Acid Metabolism), descubierto por primera vez en otro grupo de plantas crasas, las Crásulas (Crassulaceae).

Abren sus pequeñas bocas, los estomas, solamente de noche, cuando está fresco y en anhídrido carbónico puede entrar sin que el viento ardiente del desierto se lleve en un relámpago las ya escasas reservas hídricas; fijan provisoriamente el CO2 en ácidos orgánicos; y con un doble rendimiento respecto a las Cactáceas, lo transforman al día siguiente con el sol en azúcares y almidones.

Y luego, en lugar de defenderse vulgarmente con arma blanca, con espinas, del apetito de los herbívoros, son maestras en la guerra química y, caso único entre las plantas, juegan a menudo a las escondidas con increíbles estructuras miméticas.

Las hojas contienen casi siempre unos potentes alcaloides de propiedades narcóticas y repelentes, como la «mesembrina», una sustancia próxima a la cocaína, que alcanza el máximo de concentración en especies como las Pleiospilos y las Sceletium (del latín «scheletro», en referencia al hecho de que en la estación seca las viejas hojas se marchitan, cubriendo la planta como muchos huesos al sol), tanto es así que los indígenas recogen las hojas, y luego de haberlas secado las mastican hasta embriagarse, tienen el nombre de «Kougoed» o «Canna».

Y algunas especies, como las Lithops, Conophytum, Argyroderma, Ophthalmophyllum, Fenestraria, y Pleiospilos, imitan a la perfección las piedras.

Plantas reducidas a mínimas expresiones por las difíciles condiciones ambientales, que se conforman en general con un par de horas redondeadas, más o menos enterradas en la arena, con diseños miméticos, colores y relieves que reproducen a la perfección la morfología de las piedras que las rodean.

Aquí la piel es dura como el plástico para reducir las dispersiones hídricas y el sol pasa casi siempre por un tragaluz ubicado arriba, a nivel del suelo, para alcanzar con especiales fibras ópticas el corazón de las hojas donde ocurre el milagro de la fotosíntesis.

Pero si naturalmente durante el resto del año estas especies son prácticamente invisibles, en el período reproductivo, abandonada la prudencia, atraen a los insectos con corolas vistosas, dignas del Guinness de los récord, que superan, como en la Conophytum minusculum, también 2-3 veces la talla de la planta.

Las hojas, a menudo a sección triangular o circular, para contener más agua, toman en las Aizoáceas formas a menudo increíbles, similares a dedos, cuernos o huevos; y los frutos, importantes en la moderna sistemática del grupo, son casi siempre unas cápsulas complicadísimas, las más bellas del reino vegetal, ricas de recursos que aseguran la descendencia de la planta.

Comandadas por un mecanismo higroscópico, se abren sólo cuando llueve: algunas arrojan alrededor las semillas con la fuerza de un resorte, pero en general son de una proverbial “prudencia apache”.

No es en efecto suficiente que los hijos crezcan lejos de la planta madre, donde no entrarán nunca en competencia por los recursos, sino que deben asegurarse de tener toda el agua necesaria para su desarrollo.

Entonces, apenas mojados, los frutos se abren aparentemente como flores, pero no arrojan las semillas.

Las tienen al centro, en un tazón, y esperan que un diluvio las arroje arrastrándolas a la distancia hasta los efímeros charcos de agua del desierto.

Otras cápsulas usan la “técnica del tanque de agua”.

Se llenan hasta reventar, y luego, por el peso, el agua se desborda de lleno a través de canales especiales más o menos obstruidos por las semillas, que no son por lo tanto liberadas todas juntas, sino esparcidas de a poco, en chaparrones sucesivos, con mayores posibilidades de éxito.

Si en cambio son sólo cuatro gotas, y deja de llover, los frutos, caso único en la naturaleza, se vuelven a cerrar perfectamente, como nuevos, y esperan meses, o años, tiempos mejores.

En lugares menos áridos, no faltan especies de transición con hojas más vistosas, como las Cheiridopsis, las Cylindrophyllum y las Conicosia, hasta alcanzar verdaderas y propias formas arbustivas, como las Lampranthus y las Ruschia, que pueden alcanzar el metro de altura e iluminan por semanas con sus matas florecidas, blancas, amarillas, anaranjadas, rosa, rojas, violetas y bicolores, los infinitos horizontes sudafricanos.

Los Higos de los Hotentotes (Carpobrotus sp.), que se abren despreocupados de la salinidad también entre la arena del mar, se han ya naturalizado desde hace siglos a lo largo de nuestras costas, colonizando a menudo las pendientes de las ferrovías y de las carreteras; pero casi todas las Aizoáceas podrían tener un porvenir mediterráneo, porque se prestan para adornar, sin mucha manutención, los jardines rocosos y los techos asoleados.

Y un mayor espacio merecerían también las pocas especies anuales no suculentas de la familia, como las Dorotheanthus, disponibles en una gran gama de colores, e indicadas a menudo en los catálogos con el antiguo nombre de “Ficoideas”.

¿Cómo se cultivan las Aizoáceas?

Todas requieren terrenos bien drenados, arenosos y poco fértiles, bajo pena de producción excesiva de hojas en desmedro de las flores, temperaturas mínimas superiores a cero y riegos modestos, especialmente en invierno cuando corren el riesgo de pudrirse por la elevada humedad del aire.

La floración se encuentra generalmente concentrada entre abril y junio, pero no faltan algunas Lampranthus en pimpollo, sin pausa, de setiembre a junio.

Las Dorotheanthus, sembradas en primavera florecen entre julio y setiembre; y las “Plantas piedra” se cubren de repente de vistosas corolas entre octubre y noviembre, poco antes de los rigores invernales.

Sacando pocas especies con raíces profundas, del tipo de las Carpobrotus, que necesitan mucha tierra, la mayor parte de las Aizoáceas puede cultivarse convenientemente en maceta con una capa gruesa de guijarros en el fondo, para el drenaje y un compuesto delgado de tierra de hojas, tierra para jardín y arena con cuarzo.

Y esto naturalmente permite, si hace frío, guarecerlas en una galería.

La reproducción por esqueje de las Drosanthemum y de las Lampranthus es muy simple.

Basta quitar, al final del verano, unas ramitas sin flor de 5 cm, y plantarlos en arena húmeda, luego de haber dejado cicatrizar el tallo.

Las Carpobrotus, aún más fáciles, echan raíces prácticamente todo el año, en cualquier terreno, con la vitalidad de las invasivas.

Las semillas de las especies perennes, que se lavan por lo general abundantemente en agua tibia para disolver los potentes inhibidores germinativos, se esparcen en primavera en la arena, pero se necesitan por lo menos dos años para verlas en flor.

 

SCIENZA & VITA NUOVA + GARDENIA  – 1987