Cistus: fáciles en el clima mediterráneo

Pétalos arrugados como las amapolas de colores vistosos o pastel. Arbustos de fácil cultivo en los climas mediterráneos. En el lenguaje de las flores simbolizan la infidelidad; y en efecto se hibridan fácilmente.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

En el lenguaje de las flores Jara quiere decir “infidelidad”, y una vez el símbolo parece acertado.

En efecto no sólo los Cistus son infieles hacia la propia especie, es decir se hibridan fácilmente, pero se encuentran justamente algunos híbridos de híbridos, con cuatro padres, como ha sido establecido en la Costa Azul, por el Instituto Nacional de Investigación Agronómica de Antibes.

Plantas típicamente mediterráneas, hechas para disfrutar al sol; una veintena de especies, de las cuales sólo dos, el Cistus symphytifolius y el Cistus osbeckifolius, han abandonado nuestro mar por el cielo de las Canarias.

Las flores, blancas, rosadas o rojas, anchas hasta 10 cm, con vistosos flecos de estambres amarillos, son las más bellas de la “mancha” y de la “garriga”, arrugadas como amapolas, románticas y efímeras como las rosas silvestres; los arbustos, altos de 30 a 250 cm, crean a menudo con la intensa fragancia de las hojas, aromatizadas contra la mordedura de los herbívoros, una atmósfera inconfundible, y pueden dominar por kilómetros sobre la magra vegetación circundante.

Plantas resistentes a las altas temperaturas, favorecidas por el fuego, que aumenta la capacidad de germinación de sus semillas, tanto es así que luego de un incendio ganan espacio, recubriendo en poco tiempo de flores y de vida, escuálidos paisajes de desolación y de muerte.

Nada combina mejor con un clima mediterráneo, y su importancia ecológica es enorme.

Para defenderse de los largos veranos secos, los Cistus reducen efectivamente la transpiración con hojas peluditas o envueltas de sustancias oleosas, en parte desprovistas en verano, y forman sin pausa, en un ambiente en el cual las plantas tienden a ser coriáceas, y avaras de humus, un lecho de hojas tiernas y carnosas, que ofrecen un importante refugio a la pequeña fauna, y descomponiéndose rápidamente crean entre las rocas y las piedras el suelo necesario para la implantación de otras especies.

¿Por qué tenerlas en el jardín?

Por tres buenas razones.

Antes que nada la simplicidad de cultivo: en el ambiente apropiado, no tienen prácticamente enfermedades, y una vez regadas en el transplante, superan sin otros cuidados el decenio; luego la floración, efímera pero abundante, con corolas que se renuevan a diario por semanas; y finalmente el perfume, muy intenso en especies como el Cistus monspeliensis o el C. ladanifer, de los cuales, hirviendo las hojas, los antiguos Egipcios extraían el “ládano”, una apreciada resina balsámica, extraída aún hoy en Chipre para la industria de los cosméticos.

CÓMO SE CULTIVAN

Se lo preguntamos a Gabriel Alziar, director del Jardin Botanique de la ville de Nice, y estudioso de plantas mediterráneas.

“Antes que nada”, me explica, “es necesario distinguir las especies que tienen total necesidad de suelos silíceos, de aquellas que toleran el calcáreo o que justamente lo exigen. No es tanto el pH, a convertir a menudo en problemática el cultivo del Cistus, como la presencia en el terreno o en el agua de irrigaciones de abundantes iones de calcio, que impiden tal vez la proliferación de microscópicos hongos simbiontes.

En la “zona española” de nuestro Jardín Botánico, para nombrar una, estas plantas no crecían bien, y como hemos traído una retama de España, con su tierra, y muy probablemente algunos hongos simbiontes, la vegetación circundante se ha hecho de repente exuberante.

Me reagrupa luego las plantas en función del suelo.

Entre las “especies críticas”, para las cuales es absolutamente necesario un sustrato silíceo, con un pH en general comprendido entre 3 y 6, encontramos el ya citado Cistus ladanifer, un arbusto que puede alcanzar los dos metros y medio, difundido en gran parte de África del norte y en el sur de España, con grandes corolas blancas, que florece entre abril y junio, anchas hasta 10 cm, y dos variedades con o sin manchas rojizas en la base de los pétalos; el Cistus palhinhae, de Portugal, que no supera los 80 cm de altura, con hojas muy pegajosas y flores blancas de 10 cm que se abren en mayo-junio; el Cistus populifolius, originario de Europa sudoccidental y de Marruecos, de también 180 cm de altura, con hojas pecioladas en forma de álamo, tapizadas en junio de cándidas corolas de 5 cm, manchadas al centro de amarillo; el Cistus psilosepalus, una especie ibérica, de hasta 150 cm de altura, con flores blancas de 4-6 cm que florecen en mayo-junio; el Cistus monspeliensis, de 50-150 cm de altura, difundido en todo la cuenca mediterránea, incluida Italia, con hojas muy perfumadas y florcitas blancas, que florece entre abril y junio; el Cistus salviifolius, con hojas similares a la salvia, un pequeño arbusto de 30-80 cm, difundido en toda Italia con una distribución análoga a la del acebo, recubierto entre abril y junio de luminosas flores blancas de 5 cm, con pétalos manchados de amarillo en la base; el elegante híbrido x aguilari, nacido de la cruza del C. populifolius con el C. ladanifer, de casi un metro y medio de altura, con blancas corolas de 7-8 cm que florece en junio; y el híbrido x cyprius, nacido del C. laurifolius y del C. ladanifer, de hasta 2 m de altura, que florece en el mismo período con corolas blancas de 7 cm con manchas carmesí-marrones.

Más tolerantes hacia el calcáreo son en cambio los Cistus creticus, una especie muy polimorfa, difundida en todo el Mediterráneo con varios sinónimos, como C. villosus, C. incanus y C. corsicus, de 30-120 cm de altura, con una floración principal entre abril y junio y alguna esporádica corola rojo-lila todo el año; el Cistus heterophyllus de África del norte, con hojas muy variables y flores de mediano tamaño, más claras que las precedentes, que florecen en abril-mayo; el Cistus symphytifolius de las Canarias, con flores de 6-8 cm, rosado oscuro, que florece entre abril y junio; y algunos híbridos de jardín en flor en primavera como el Cistus x pulverulentus, alto casi 80 cm, de vistosas corolas de un rojo púrpura muy oscuro; el bien conocido Cistus x purpureus, nacido del C. ladanifer y del C. creticus, que supera el metro y medio con grandes pétalos rojos con una mancha oscura en la base; y el Cistus x skanbergii, un híbrido del Cistus parviflorus recubierto por cascadas de pequeñas corolas, similares a rositas silvestres.

Y existen finalmente dos especies “contracorriente”, que necesitan suelos calcáreos: el Cistus albidus, alto por lo menos un metro, muy común en todo el Mediterráneo, con flores rosadas de mediano tamaño que florece entre marzo y mayo, Cistus clusii, cargado en abril-mayo de florecitas blancas, similar en tamaño y hojas al romero.

El suelo, una mezcla de arena, grava y tierra de jardín, con algún agregado de abono de oveja, debe ser en cada caso bien drenado, y especialmente para las plantas del primer grupo, es mejor agregar un poco de tierra recogida al natural junto a las Jaras.

Contrariamente a lo que a menudo se lee en los libros, continúa Gabriel Alziar, los Cistus no se siembran o transplantan en primavera, sino en otoño-invierno, hasta enero, al máximo, en los lugares más calurosos.

Las semillas, recogidas de las características cápsulas a “sobrecito”, que del griego “kistís”, vesícula, dan el nombre al género, germinan mejor si tienen 2-3 años, o cuando, para simular un incendio, han sido “colocadas en horno” por dos minutos, a 150-200 °C.

Se esparcen sobre una mezcla de arena gruesa y humus suelto, y se cubren por una capita de medio centímetro. Al principio se riegan abundantemente, pero luego, cuando brotan las plantitas, es necesario limitarse a algún rocío, asociado eventualmente a un fungicida.

Éstas se transplantan luego en macetas de terracota, enterradas parcialmente al aire libre, hasta su ubicación definitiva en el otoño siguiente.

Si bien no es siempre fácil, las Jaras se reproducen también por vía vegetativa, y es éste el camino obligado para los híbridos. Es necesario quitar en julio-agosto unas ramas no florales, de los esquejes de leño semi-maduro, de 8-10 cm, con una parte de rama portante, y colocarlas para enraizar, luego de un tratamiento hormonal, en una mezcla análoga a la de las semillas.

Los riegos, indispensables al plantarlas, son útiles sólo si por motivos estéticos se quieren mantener las plantas en vegetación durante el período estival. En julio-agosto al natural los Cistus pueden efectivamente ser poco atractivos, con las hojas diezmadas y marchitas; pero si desde mayo se siguen regando regularmente, mantienen también en verano un aspecto exuberante.

Grave error es en cambio regarlos con insistencia en pleno verano, cuando están ya en reposo, o ubicarlos junto a un césped que se riega diariamente.

DÓNDE CULTIVARLOS

Excepto quizás el Cistus x purpureus, que necesita de todos modos un cajón adecuado, no son plantas de terraza; y aunque algunas especies como el C. albidus, el C. laurifolius y el C. salviifolius, crecen en la franja mediterránea hasta más allá de los 1.000 m de altitud, y toleran por poco tiempo los -10 ºC, no son en general plantas adecuadas a los climas húmedos y rígidos.

Salvo excepciones, están hechos principalmente para las villas en el mar, donde crean, por algunas semanas, paisajes de cuento.

Faltan, ciertamente, los Cistus amarillos, pero, concluye Gabriel Alziar, “para quien ama crear luminosos contrastes dorados, existe en la misma familia de las Cistáceas una especie afín, la Halimium atriplicifolium, endémica en el sur de España, con corolas de 4 cm, de un hermoso amarillo intenso, en floración en mayo-junio; un género que se distingue apenas, por las cápsulas en 3 cavidades, contra las 5 y más de las Jaras”.

El cultivo de este arbusto de un metro y medio, que se adapta a los terrenos arenosos, es muy simple, y en un par de años, de las semillas, se obtienen ya unos ejemplares de buen tamaño. También los Halimium, finalmente, se hibridan fácilmente, y es posible encontrar en el comercio también los frutos de sus “matrimonios mixtos” con los Cistus llamados x Halimiocistus.

 

GARDENIA – 1992

 

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