Leguminosas: una gran familia botánica con 17.000 especies

La gran familia de las legumbres. Con 700 géneros y 17.000 especies las leguminosas están entre las más importantes familias botánicas. Flores espectaculares. Curiosidades. Hierbas, arbustos y árboles útiles para el hombre. Enriquecen el suelo. Gentiles con los polinizadores.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Con casi 700 géneros y 17.000 especies, las Leguminosas son una de las más grandes familias botánicas existentes.

Plantas dúctiles, de asalto, que han colonizado en práctica cada entorno, desde las selvas ecuatoriales a los hielos eternos de Siberia, de Groenlandia y de Tierra del Fuego. Hierbas, bejucos, arbustos y árboles, de enorme importancia para el hombre.

Establecida una única «arquitectura de base», con 5 pétalos, el ovario súpero y el pistilo formado por un solo carpelo, presenta flores digamos «variables», tanto que los sistemáticos han tenido que crear tres subfamilias (para promover por algunos al rango de familias) según el número de los estambres, fundidos a menudo entre ellos (estambres monadelfos y diadelfos), y la simetría radial o bilateral de las corolas (flores actinomorfas y zigomorfas).

Hasta nuevo orden, las Fabaceae se dividen entonces en: Mimosoideae, con casi 56 géneros y 3000 especies, agrupadas en 5 o 6 tribus; Caesalpinioideae, con casi 180 géneros, 3000 especies y 7, 8 o 9 tribus; y Papilionoideae con casi 400-500 géneros, 11000 especies y 10 u 11 tribus.

El número fluctuante de las tribus, para no hablar de los géneros y de las especies, muestra algún «desacuerdo botánico», pero afortunadamente basta una simple mirada a los frutos, las bien conocidas «legumbres», para reconocer a primera vista estas plantas.

Generalmente rectos y alargados, como en las judías, también pueden aplanarse como virutas, y envolverse sobre sí mismos en espiral (Dichrostachys cinerea o Caesalpinia coriaria), para formar, en especies como la Hierba médica (Medicago sativa), unos curiosos “turbantes”.

Los exagerados estrangulamientos entre una semilla y la otra, dan a veces a la vaina el curioso aspecto de un “collar del rosario” (Hippocrepis unisiliquosa, Erythrina abyssinica y Desmodium canadense), pero también puede parecerse a un «salchichón» (Acacia cornigera), y desarrollarse bajo tierra, como en el caso de los Cacahuetes (Arachis hypogaea).

También las hojas muestran un cierto “aire de familia”. Por lo general compuestas, pinnadas o bipinnadas, con estípulas a menudo transformadas en llamativas espinas (Acacia tortilis) o en insólitas láminas foliares (Pisum sativum), tienen la curiosa costumbre de replegarse sobre sí mismas en las horas nocturnas (Mimosoideae), cuando no se cierran a simple vista (Mimosa pudica y otras) apenas son tocadas o perciben en el aire alguna señal de peligro (vapores nocivos, bruscas variaciones de temperatura, etcétera).

Llevadas a la socialización y a exagerar, las flores de las Leguminosas casi siempre aparecen asociadas en llamativas inflorescencias, que en especies como las mimosas, el Árbol de Judas (Cercis siliquastrum), la Glicinia (Wisteria sinensis), o las exuberantes Cassia de los trópicos, toman a menudo ventaja sobre las hojas.

Corolas parecidas a mariposas e increíbles “flores a pompón”, como en las Albizia, las Calliandra, las Samanea o las machistas Mimosas (Acacia spp.) que, completamente ignorantes de deber representar en Italia al movimiento de las mujeres, han perdido prácticamente los pétalos y se han reducido a llamativos ramilletes de estambres, para celebrar el triunfo del machismo.

En los trópicos, dónde nectarinas, colibríes y loros están de ronda todo el año, predominan las grandes “flores de pájaros”: rojas, rosas, anaranjadas y amarillas, ricas en néctar, de acuerdo a los gustos y al insaciable apetito de los huéspedes.

Las Erythrina, llamadas en Brasil “Niños que lloran”, por la abundancia de su líquido azucarado, difundidas también en Asia y África con un centenar de especies; los “Árboles de las orquídeas” (Bauhinia spp.), de grandes corolas carnosas y extrañas hojas dicótomas, presentes en Asia, África y Sudamérica con más de 150 especies; la gran “Rosa de Venezuela” (Brownea grandiceps), un árbol de 20 m con flores escarlatas reunidas en llamativas cabecitas de 20-25 cm de diámetro; la Colvillea racemosa de Madagascar con llamativas inflorescencias pendientes de 60 cm; las Caesalpinia, conocidas como “Gloria de China”, difundidas también, en base al nombre, en India, Australia, Polinesia, Centro y Sudamérica con numerosos arbolitos y bejucos; el bonito “Flamboyant”, el Árbol florido del rey (Delonix regia) de Madagascar, ya propio en todos los trópicos, por la gran cabellera en sombrilla, las elegantes hojas, parecidas a helechos y a las llamativas corolas escarlatas.

Las “flores de insectos” predominan en cambio en nuestros climas, donde la subfamilia de los Papilionoideae encuentra su mayor expansión.

Los tréboles de los campos (Trifolium spp.), las retamas (Spartium junceum, Genista, Cytisus), los guisantes perfumados (Lathyrus spp.), las robinias (Robinia spp.), los Lotus, y sobre los Alpes los Anthyllis, los Oxytropis y los Astragalus, hacen buenas parejas con abejas y abejorros, hasta más allá de los 3000 m de altura.

Los atraen con un llamativo “estandarte”, formado por el pétalo superior expandido, dos “alas” y una elegante “carena”, nacida de los pétalos inferiores apenas soldados, a quien corresponde la tarea de proteger los estambres y el pistilo, a menudo poniendo en marcha ingeniosos mecanismos para la polinización.

Escoja en una inflorescencia de Altramuz (Lupinus polyphyllus) una flor madura, con el estandarte alzado. Si con una pincita de depilar, tocas, como un abejorro, los dos pétalos de la carena, verá enseguida salir una “jeringa” que le rociará la nariz de polen.

La Retama de los carbonarios (Cytisus scoparius), como las motos, tienen a los lados de la flor dos auténticos “apoya pies” para abejorros, que bajo el peso del insecto hacen descascarar de la carena estambres especiales, largos y curvados, para empolvar el dorso del polinizador, mientras otros, más cortos, se ocupan del vientre.

Las Cassia, un prolífico género de los Caesalpinioideae, con más de 500 especies difundidas principalmente en África y Asia Menor, pero también en Norteamérica, hacen algo mejor: construyen, junto a las verdaderas, unas “falsas anteras”, transformadas en “pequeñas hogazas a la miel” para los “carteros del polen”.

La “palma de la hospitalidad” hacia los insectos, corresponde sin duda a otra leguminosa, la Acacia cornigera de México, que llega al punto de ofrecer a las hormigas una casa, un comedor y los biberones para los hijos.

Sus grandes espinas contienen en efecto unos mini-apartamentos de dos habitaciones: uno para los adultos y uno, separados por una pequeña pared, para los bebés hormiga.

Hasta aquí nada excepcional, muchas plantas dan un techo a estos huéspedes batalladores pero la Acacia cornigera, no contenta aún, hace aún más: rezuma de los pecíolos un delicioso néctar para hormigas, y de la cima de las hojuelas de los minúsculos “biberones”, los “corpúsculos de Belt”, colmados de un líquido equilibrado en proteínas y materias grasas, hecho a propósito para los bebés.

Las obreras no tienen que hacer otra cosa que despegarlos, cuando maduran, y llevarlos a los pequeños.

Bellas, útiles y gentiles leguminosas, generosas con los pájaros, generosas con los insectos y generosas hasta con el mundo verde.

En vez de empobrecer los suelos, en efecto, los enriquecen, casi siempre fijando en los nódulos de sus raíces el nitrógeno atmosférico, con la ayuda de bacterias pertenecientes al género Rhizobium. Bien lo sabían los viejos campesinos que, antes de la era de los fertilizantes químicos, practicaban el abono ecológico con trébol y la hierba médica; ¡bien lo saben las plantas que colonizan, junto a las leguminosas, suelos nuevos y muy pobres!

Las retamas permiten así a los pinos vivir en los delgados chaparrales mediterráneos, y muchas especies llegan hasta a soldar cerca en el subsuelo sus raíces con las de las plantas cercanas, ayudándolas a crecer.

Altruismo inexplicable en la lógico darwinista, como prueba de que además de la lucha por la vida en la naturaleza también existen admirables ejemplos de sociabilidad y colaboración.

Pero sobre todo las leguminosas son generosas con el hombre.

Además de alegrarle la vida con las flores, además de preservar el entorno y enriquecer la fertilidad de sus campos, son, con sus semillas, un importante manantial de sustancias proteicas.

Judías (Phaseolus spp.), Guisantes (Pisum sativum), Habas (Vicia faba), Garbanzos (Cicer arietinum), y Lentejas (Lens culinaris), la famosa “carne del pueblo” de los tiempos pasados, no necesitan por cierto comentarios, para no hablar de los modernos, inmensos cultivos de Soja (Glycine max) y de Cacahuetes (Arachis hypogaea).

Trébol y Hierba médica son complementos importantes para los forrajes de gramíneas, y algunas especies ofrecen maderas preciosas y materias primas no irrelevantes para la industria del curtido y de los colorantes.

De la Acacia pendula se saca la famosa “madera violeta”, de los ebanistas, de delicado perfume de violeta; y la “goma arábiga”, usada en la industria textil y dulcera, nace de la degeneración mucilaginosa natural de las membranas corticales de la Acacia arabiga, un arbusto de Asia occidental cultivado sobre todo en India con el exótico nombre de “Babul”.

Algunas Leguminosas están volviendo a escena también por sus propiedades medicinales: la Vulneraria (Anthyllis vulneraria) cicatrizante de las heridas, calmante de la tos, astringente o laxante según las preparaciones; el Algarrobo (Ceratonia siliqua), antidiarreico y emoliente; el Maggiociondolo (Laburnum anagyroides), colagogo y purgante; la Galega (Galega officinalis) para aumentar la secreción láctea; el Regaliz (Glycyrrhiza glabra) contra la tos, con propiedades antiulcerosas, laxante, y antiasmáticas; el Meliloto (Melilotus officinalis), antiespasmódico, anti-inflamatorio, sedativo y diurético; el Ononide (Ononis spinosa) para eliminar los pequeños cálculos; la Robinia (Robinia pseudoacacia) con hojas y corteza eméticas y flores laxantes y antiespasmódicas; el Heno griego (Trigonella foenum-graecum) útil en la lucha contra el colesterol; y el exótico Tamarindo (Tamarindus indica), llamado también “dátil de la India” por la gustosa pulpa que circunda las semillas, usado antes contra el mareo, y hoy para jarabes estimulantes del intestino y de las secreciones biliares.

Recientemente, de una especie “poco recomendable”, la Mucuna pruriens, respecto a la cual los pinchazos de las ortigas parecen dulces caricias, se ha extraído también un fármaco indispensable para la cura del mal de Parkinson. Por lo tanto, también el único “malo” de la familia, se ha revelado finalmente, un “tosco benéfico”.

 

SCIENZA & VITA NUOVA  – 1990

 

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