Jardín botánico Chanousia: flores como en la naturaleza a 2000 m de altitud

Historia del jardín botánico alpino Chanousia, situado entre Francia e Italia, en el Pequeño San Bernardo a más de 2.000 m de altitud.

 

jpg_chanou1.jpg

jpg_chanou2.jpg

jpg_chanou3.jpg

PEPPINO.gif
Texto © Giuseppe Mazza

 

VIVIANA.gif
Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Quien está de vacaciones en Valle de Aosta y quiere encontrar flores de montaña a fines de agosto, cuando la mayor parte de las plantas asemillan, tiene dos posibilidades: entregarse al alpinismo de altura o tomar cómodamente, en automóvil, la ruta del Pequeño San Bernardo.

Parte de Pré San Didier y sube rápidamente, entre los pinos, hasta La Thuile. Luego los árboles se hacen raros y cuando un cartel señala que se ha superado la altitud 1.700, se encuentra en las altas dehesas más bellas de nuestros Alpes.

Se halla primero un pequeño restaurante, delante de un prado repleto de Gencianas amarillas (Gentiana lutea) y Grasillas (Pinguicula vulgaris) y luego, a la derecha, el espléndido lago de Verney, rodeado de nevados y blandos cojines herbosos, típicos de los vallecitos cercanos a las nieves permanentes. Caminaréis entre plantas de Trébol alpino (Trifolium alpinum), Prímulas (Androsace carnea), Arenarias (Arenaria ciliata y Minuartia verna), Drabas (Draba aizoides), Gencianas (Gentiana verna) y millares de Campanillas (Campanuala cochlearifolia y Campanula scheuchzeri) y violetas (Viola calcarata) mientras coloridas mariposas revolotean a vuestro alrededor.

Extrañas langostas de altura, sin alas o con las patas anteriores abultadas, os mirarán, curiosas, a través de las miméticas ramificaciones de los Líquenes de los renos (Cladonia rangiferina). Continuando a lo largo de la ruta del Piccolo, a 2.188 metros de altura, encontráis la aduana italiana (la francesa está mucho más adelante, en el valle) y algo más allá un gracioso chalé rodeado de flores y senderos.

Un cartel en varios idiomas, junto al muro de contención, explica que se está reconstruyendo Chanousia, uno de los más prestigiosos jardines alpinos del mundo. La entrada es gratuita y veréis inmediatamente jóvenes trabajando entre rocas y flores. Son estudiantes que, a cambio del alojamiento, dedican sus vacaciones al jardín botánico. Os dirán que aquí, por la altura, pero sobre todo por las abundantes nevadas, las plantas florecen más tarde que en otro lugar y os harán con gusto de guía.

Todo comenzó hace diez años, con algunos voluntarios guiados por el Prof. Moreno Peyronel de la universidad de Turín, pero los hechos de Chanousia tienen raíces lejanas que se entrelazan con la ya mítica figura del abad Chanoux.

Este sacerdote, responsable entre 1859 y el 1909 de un asilo mauriciano construido sobre la ladera italiana del Piccolo para socorrer a los pobres que pasaron a pie la colina, inauguró el jardín botánico en 1897 con la intención de hacer de ello, como escribió, «no un elegante jardín sino un museo viviente de las bellezas alpinas». Por él, en la perfección y en las admirables adaptaciones al entorno de la flora alpina, los hombres debían recoger la presencia de Dios y Chanousia debía educarlos en el respeto de la naturaleza y promover la explotación de la montaña con cultivos alternativos como las plantas medicinales.

El Prof. Lino Vaccari, su sucesor, acentuó el aspecto botánico con la creación de un laboratorio y numerosas publicaciones en las que colaboraron, con estudios hechos en el lugar, los más eminentes investigadores de la época. En 1937 Chanousia cuenta con casi 5.000 plantas, de a cuales 500 locales, 1000 italianas y las otras procedentes de todas las montañas del mundo. En agosto, con la presencia de la futura reina de Italia María-José, se celebra el cuadragésimo aniversario de la fundación, con una reunión general extraordinaria en el Piccolo San Bernardo de la Sociedad Botánica Italiana. Todos dan grandes discursos y garantizan el futuro de Chanousia, pero para el jardín botánico es el canto del cisne.

Entre 1940 y 1945 tropas italianas, francesas, alemanas y partisanas lo ocupan por turno, destruyéndolo y, luego de la guerra, posteriormente a las rectificaciones de límites, el jardín pasa a encontrarse en territorio francés.

Esto desde luego no facilita las cosas y sólo tres años más tarde la Societé de la Flore Valdôtaine y Peyronel, joven colaborador de Vaccari en los últimos años de la estación, lograrán finalmente movilizar a la opinión pública. Se lanza una suscripción y en 1976 nace una fundación internacional para la salvación de Chanousia. La presidencia estará a cargo de la Orden Mauriciana, la dirección a cargo de Peyronel, junto a un comité científico internacional, y los gastos de reconstrucción y administración serán divididos en partes iguales entre Italia y Francia.

Pero es un poco tarde: Peyronel y sus estudiantes se encuentran frente a una hectárea de malas hierbas. Quizás algunas especies sobreviven aún aquí y allá, pero de las 5.000 plantas del período de oro quedan muy pocas. A más de 2.000 metros de altura, sobre una colina azotada por los vientos con 4-5 m de nieve cada invierno y una temperatura media anual de apenas un grado, la flora local ha tomado ventaja.

Mientras técnicos y albañiles reconstruyen el chalet, el muro de contención y la instalación hidráulica, grupos de voluntarios, a quienes se paga sólo alojamiento y comida, limpian senderos y rocallas. Proceden lentamente, como arqueólogos o restauradores de arte, removiendo una planta por vez. Cada tanto un grito de alegría y todos corren a ver al sobreviviente: bajo un arbusto crece aún la Cortusa matthioli, la Wulfenia carinthiaca de los Alpes Cárnicos está en flor y el Geranium cinereum hasta ha sobrepasado el muro de contención.

Marina Montemurro, actual responsable de Chanousia, luego que el Prof. Peyronel murió y el nuevo director, el Prof. Philippe Küpfer de la Universidad de Neûchatel, le ha confiado la conducción, estaba entre ellos.

Habría sido mil veces más fácil, dice, partir de cero, construyendo el jardín en otro sitio, pero Peyronel, que entonces había trabajado con Vaccari, se opuso enérgicamente a este proyecto por motivos históricos, sentimentales y geográficos.

No es por casualidad que el abad de Chanoux haya elegido un terreno bien expuesto, rico en agua y de una pequeña preciosa turbera. Librado el jardín de malas hierbas, me explica, el segundo verano restaban por repoblar las rocallas, pero se dieron cuenta que la pretensión de hacerlo rápidamente aparecía como un desafío a la naturaleza. A estas alturas, por el período vegetativo muy breve, que va generalmente desde principios de julio hasta mitad de setiembre, una semilla a menudo muere y, si todo va bien, muchas especies emplean 6-10 años para crecer y florecer.

Así que, también por falta de plantas, en los primeros años de la reconstrucción Chanousia fue cerrado al público. Se probaban terrenos y “bolsillos” de las rocallas, se trasplantaban especies locales de las montañas cercanas, y en otoño, cuando las raíces de las plantas alpinas son ricas de reservas nutritivas, se organizaban expediciones para la recolección de flores típicas de los ambientes calcáreos.

“¿Pero los otros jardines botánicos no os ayudaron?”, pregunto.

Por cierto, continúa Marina, tenemos contactos con los más importantes jardines alpinos del mundo, y para acelerar los tiempos y utilizar las preciosas semillas de las especies extra europeas que nos arriban por correo, hemos creado un pequeño semillero en Pré San Didier, a casi 1.000 m de altura, en donde la estación vegetativa es más extensa.

Hoy Chanousia posee varios centenares de especies y, satisfechas las exigencias del gran público, podemos finalmente pensar en un desarrollo de aspecto científico. Querríamos también poder albergar, como antes, a estudiosos internacionales, pero es necesario antes que nada preparar un laboratorio bien equipado para investigaciones botánicas.

Con el nuevo director, Küpfer, se ha pensado también en demoler algunas de las viejas rocallas de Chanoux, transformándolas en morrenas artificiales que requieren menor mano de obra y permiten exponer muchas especies en su ambiente natural. Ningún jardín botánico alpino, hasta ahora, ha probado este camino, pero aquí, por el terreno en pendiente, casi siempre humidificado por los nevados, existen óptimas posibilidades de logro.

Se están preparando dos: una silícea y una calcárea, hecha de corniola, una piedra de la zona rica en carbonato de calcio. Contiene también magnesio, pero que parece no molestar a las plantas.

Pero cuáles son las especies más raras del jardín?, pregunto, antes de partir, como todos los periodistas de paso.

Marina sonríe, porque se la esperaba, y busca de cambiar de tema: por miedo a los robos, me confiesa, es un dato que no se revela nunca a la prensa.

Veo que en el jardín florecen varias especies del Himalaya, plantas de Sudáfrica, de la Patagonia y hasta de Nueva Zelanda. Está también la Aethionema thomasianum una gran rareza nuestra que vive espontáneamente sólo en Val di Cogne y, en África, en alguna perdida estación del Atlante. Pero paradójicamente, según mi apreciación, las “rarezas” que debemos mayormente apreciar en una visita a Chanousia, son las especies comunes de gran altura que sólo en este jardín, dado el clima, no crecen deterioradas, como al natural, en toda su belleza.

 

GARDENIA  – 1987