Mirabilis jalapa: las «Bellas de noche»

Planta poco cultivada, pero muy fácil en los climas templados. Florece de noche. Delicado perfume y flores de colores variados también en la misma planta.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Cada planta tiene su hora para florecer.

Las corolas, el aparato publicitario de las flores para seducir a los polinizadores, no se abre por casualidad, sino sólo cuando el respectivo polinizador está de ronda.

Todo el día, si se trata de insectos diurnos, y al crepúsculo o con la oscuridad, cuando los “clientes” son noctámbulos, por elección de vida, como las polillas, o por necesidad, como sucede en los desiertos, donde de día hace mucho calor para volar.

Y en efecto la mayor parte de las flores nocturnas son cactus, plantas con “tallos en acordeón”, más o menos llenas de agua para resistir a la sequía y corolas generalmente blancas, de buen tamaño, fácilmente visibles en la claridad lunar.

Es el caso de la Harrisia jusbertii, de muchos Trichocereus, del Cereus spegazzinii con pétalos blancos y rosados, y del muy conocido Cereus peruvianus, vendido a menudo en “macetitas descartables”, destinados a languidecer en casa, pero que supera en los climas mediterráneos, a cielo abierto, los 10 m de altura.

Quien no quiere correr riesgos y alérgico a las espinas va en busca de colores para las cálidas noches estivales en terraza o en jardín, podrá en cambio optar por las Bellas de noche (Mirabilis jalapa) y la Onagra o Prímula (Oenothera biennis).

Las primeras, con matas compactas de hasta un metro de altura, ofrecen sin pausa, de junio a setiembre, ramitos de corolas púrpura, carmesí, rosadas, amarillas o veteadas, que se abren por la tarde, apenas la planta queda a la sombra, y perfuman delicadamente hasta la mañana, cuando caen marchitas.

La segunda alcanza el metro y medio, y es pródiga todo el verano de flores de 5-6 cm de diámetro que florecen un poco más tarde, apenas oscurece, y duran en general hasta mitad de mañana.

Las Bellas de noche aman el sol, el calor y los lugares resguardados de los vientos. Viven también sin cuidados, abandonadas a sí mismas, pero dan lo mejor con riegos regulares y abundantes en el período vegetativo.

Crecen muy bien también en maceta. En invierno la planta se marchita y desaparece bajo tierra en un gran tubérculo. Donde el clima es cálido es suficiente cortar el tallo y proteger eventualmente el suelo con una capa de hojas; pero donde hace frío conviene extraer los tubérculos, colocarlos en depósito en paja y volver a plantarlos en abril.

La multiplicación por semillas es muy simple. A las flores les siguen unos grandes granos negros. Basta recogerlos y sembrarlos, en febrero-marzo, en un terreno suelto pero sustancioso, en un lugar al reparo a casi 18 ºC. La planta no se hará esperar. Pero para tener grandes matas con grandes tubérculos… es necesario un poco de paciencia.

 

GARDENIA  – 1995

 

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