Selva tropical australiana: animales y plantas

Los secretos de la selva. Animales y plantas de una selva tropical australiana. Palmeras, helechos, bejucos, bogavantes fuera del agua, marsupiales, zorros voladores, loros y pájaros que no empollan los huevos.

 

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Texto © Giuseppe Mazza

 

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Traducción en español de Viviana Spedaletti

 

Un bogavante rojo y azul (Euastacus sulcatus) se me acerca amenazante con dos enormes pinzas abiertas. Ha tenido que lidiar con colérico pavo prehistórico. Buscaba, como siempre, moluscos y gusanos del sotobosque, cuando fue golpeado de repente por un palazo de hojas podridas.

No estamos bajo el agua o en un sueño, sino en Australia en el Lamington National Park, en una selva subtropical no lejos de Brisbane.

Cada año en esta época, en primavera, está la acostumbrada historia: los machos de los pavos de matorral (Alectura lathami) se ponen insoportables. Toleran a mala pena la intrusión de las hembras, preparadas para hacer huevos, y revuelven sin parar el sotobosque.

Se ocupan ellos de la «empolladura», pero no se sientan como los otros pájaros sobre un nido: amontonan las hojas en cúmulos altos hasta más de un metro, y esperan la lluvia.

Luego, por semanas, los revuelven y revuelven, de modo que estén bien mojadas, y si la rápida descomposición determina un estallido fermentativo, cavan, a varias alturas, unos túneles. Los examinan varias veces al día, metiendo profesionalmente la cabeza con el pico abierto, y cuando sienten que la temperatura supera los 30° C, les enseñan a las hembras dónde desovar.

Vienen enterrados, abandonados para siempre como los de los reptiles y 7-12 semanas después, los pequeños tendrán que abrirse peligrosamente un paso entre las hojas podridas y arreglárselas solos.

Mi bogavante, mientras tanto, ha alcanzado un charco y se lava desdeñoso en el agua corriente.

Hacen de marco palmeras, cascadas y gigantescos «nidos» verdes. Son helechos epífitos, enormes cogollos de Platycerium y Asplenium australasicum. Cuelgan de ramas cargadas de musgos, orquídeas, entre largos bejucos que buscan en lo más alto la luz con movimientos en espiral. Superan los 20 cm de diámetro y envuelven troncos centenarios. Un Bejuco sangrante (Austrosteenisia blackii), así llamado por el zumo rojizo que emite cuando es cortado, ha derribado a un gigante, y ahora se descomponen junto sobre el terreno húmedo.

Algunas Higueras de Watkins (Ficus watkinsiana), de 45 m de alto, presentan un extraño tronco cable. Son ejemplares nacidos sobre los árboles de la selva de semillas llevadas por los pájaros. Han alcanzado discretamente el suelo, con una larga fina raíz colgante, y luego, poco a poco, ahogado al huésped en un enredo de raíces aéreas.

Cuando éste muere, su madera desaparece, y las raíces de la higuera, uniéndose sobre los lados, forman un gran tronco como cable.

En las zonas más calurosas de la selva crecen espesas las palmeras (Archontophoenix cunninghamiana), mientras que los majestuosos Nothofagus y las araucarias dominan las estaciones más elevadas.

Además del constante aporte de arroyos y cascadas, la selva tropical del Lamington National Park forma grandes escoltas de agua entre Navidad y Pascua, y luego se autoalimenta: el vapor alcanza la tupida bóveda verde y vuelve a caer, gota a gota, durante meses.

Más al norte, hacia Capo York y Nueva Guinea, en la selva tropical, se registran 5000 mm de lluvia al año; aquí solamente 1800 (en Italia la pluviosidad anual varía entre 500-3000 mm, según la zona, con 900 mm en Roma) pero la evaporación es menor y las plantas a menudo aprovechan las nieblas.

Hace frío, sobre los 1000 m de altura las mínimas oscilan entre 0° y 15° C, pero se tiene todavía la impresión de estar en los trópicos porque alrededor hay todo lo que culturalmente relacionamos: orquídeas, bejucos, epífitas, pájaros multicolores y sobre todo una gran abundancia de especies.

No obstante numerosas, son en realidad muy inferiores a las del norte de Queensland o de la Amazonia, pero revisten quizás un mayor interés científico por la adaptación a las más difíciles condiciones ambientales.

Antes, hace 120 millones de años, todas las selvas del hemisferio sur estaban unidas en una única placa de tierra: Gondwana. Allí nacieron las primeras plantas de flor, los antepasados de las angiospermas, las especies que han conquistado el mundo. Luego el antiguo continente se partió, dando origen a Sudamérica, África, India y Australia, pero aún hoy, en las selvas tropicales, viven las 3/4 partes de las especies animales y vegetales existentes.

Un potencial de búsqueda enorme, si se considera que, de éstas, sólo una sobre seis ha sido descripta y estudiada a fondo. Y no se trata de búsquedas abstractas, sobre sí mismas: muchas plantas podrían ofrecer, a grande escala, frutos comestibles, como ya ha ocurrido con el arroz, los plátanos, las piñas, el cacao o la mandioca, y más del 70% de las especies con propiedades anticancerígenas provienen de este entorno.

Un bejuco de la selva tropical australiana, el Tylophora, ofrece hoy un remedio para la leucemia, los rizomas del Dioscorea composita proveen cortisonas e importantes hormonas sexuales (píldora anticonceptiva), y las Duboisia la escopolamina, un fármaco insustituible para algunas enfermedades motoras y de los ojos.

Pero estamos solo al principio. La selva tropical es el laboratorio de la vida, y todavía podrá ofrecernos mucho, si la respetáramos, si los países ricos no obligaran a aquellos pobres a transformarla, para pagar las deudas, en muebles de madera preciosa o carne congelada, despilfarrando así, para siempre, un patrimonio inmenso del cual aún no conocemos la entidad.

Justo aquí, en esta zona de Queensland, surge claramente hoy como son precarios equilibrios que han desafiado milenios. La selva del Lamington National Park se ha desarrollado, como subtipo de la selva tropical de Gondwana, hace casi 50 millones de años, con la separación de Australia del continente antártico. El clima cambió y las especies se adaptaron progresivamente al frío, incluso conservando la costumbre de la vida de grupo en un entorno tropical.

Aún encontramos hoy aquí helechos arborescentes y muchas plantas que vieron los dinosaurios, pero a pocos metros de distancia, donde el hombre cortando los árboles ha roto el delicado ciclo de la humedad, la selva ha muerto para siempre. Y la separación es increíblemente brusca: detrás de los majestuosos escenarios de este servicio, brotan de golpe calles asfaltadas con quioscos para bebidas y negocios de souvenir.

Ciertamente hoy, en Australia, los patriarcas de la selva no se abaten más. En el sur de Queensland, además, han quedado pocos, y el turismo organizado reditúa más que la madera. Senderos con peldaños, patéticos bancos musgosos y plazoletas para picnic, vuelven accesible para todos la selva tropical, un mundo encantado, fuera del tiempo, que hace la suerte de los operadores turísticos y del único hotel de la zona.

Por la noche jóvenes animadores organizan, con potentes antorchas y baterías a mochila, visitas guiadas para el rico turismo de la tercera edad, y la selva se convierte en un jardín botánico para señoras o un gran zoológico.

Los pavos de matorral se han acostumbrado a las patatas fritas no vendidas que cada tarde, antes de cerrar, los administradores de los quioscos echan entre los helechos arbóreos. Las Rosselle cremisi (Platycercus elegans), con otros multicolores pájaros, descuidan ya desde hace tiempo los frutos de la selva por los más cómodos dulces ingleses del «tea time» y las ardillas volandoras (Petaurus breviceps) descubren cada tarde, detrás del hotel, recipientes colmados de miel.

Las Zarigüeyas de cola a cepillo (Trichosurus caninus) poseen hasta un «árbol de emparedados”: un tronco con grandes clavos, dónde manos discretas cuelgan al anochecer gruesas rebanadas tostadas, para animar la sobremesa de cena de los turistas. Por naturaleza, esquivas y reservadas, se han vuelto payasos: han abrazado, como todos, el consumismo.

Pero no lejos de aquí, en 1973, fue descubierta una misteriosa rana, el Rheobatrachus silus, que traga los huevos fecundados. Los renacuajos nacen en su estómago, transformado en mini-estanque, y salen ya desarrollados por la boca de los padres. Del estudio del potente inhibidor gástrico, que neutraliza las capacidades digestivas de la rana, nacerá quizás un nuevo fármaco para la cura de la úlcera.

 

SCIENZA & VITA NUOVA – 1989