ZONA SERVICIOS VARIOS – El Cabo de Buena Esperanza

Este es el Cabo de Buena Esperanza. No es fácil individualizarlo y casi todos los turistas los confunden con Cape Point. Un legendario lugar que hoy es parte de una reserva natural.

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Traducción en español de Silvia Milanese

 

 

Pocos lugares en el mundo han producido tantas emociones, promovido tantos relatos, sueños y confusiones como lo ha hecho el Cabo de Buena Esperanza.

Todavía hoy muchos creen que sería la punta Sur de África. Aquella que divide el Océano Atlántico del Océano Indico, pero si bien, desde los dos lados de la península la temperatura del agua es diferente, el Cabo de Buena Esperanza se encuentra totalmente dentro del Océano Atlántico y el deber, por llamarlo de algún modo, de separar los dos océanos y marcar el extremo sur del continente le corresponde al menos célebre Cabo de las Agujas, aproximadamente 100 km más al Este.

Casi en su totalidad, los turistas confunden el Cabo de las Agujas con Ciudad del Cabo, un peñón que cae a plomo sobre el mar, a 2 km al noreste, y que llama la atención por su aspecto majestuoso y la orientación con respecto a la península que hace que parezca que se encuentra más al Sur.

El explorador portugués Bartholomeu Díaz, fue oficialmente el primero en recorrerlo en enero del 1488, mientras buscaba una vía para llegar a la India. Sorprendido por una violenta tormenta que arrastró la nave, le dió, en un primer momento, el nombre de “Cabo de las Tormentas”. Prosiguió entonces 600 km hacia el Este, pero se vio forzado a detenerse en la bahía de Algoa, próxima al actual Puerto Elizabeth por un motín a bordo, los navegantes estaban enfermos de temor y obsesionados por la idea de que podrían haber alcanzado el límite extremo del mundo conocido.

Durante el mes de junio, regresando a Europa, pasó una vez más delante del Cabo y ancló allí por un mes en la Table Bay, al reparo de la Robben Island. El tiempo era espléndido, y fue a tal punto sorprendido por la belleza del promontorio que decidió rebautizarlo como Cabo de Buena Esperanza.

Se discute todavía si con este nombre haya querido indicar al actual Cabo de Buena Esperanza, Ciudad del Cabo o al peñón de Cabo Maclear que se ubica en la mitad del recorrido entre las dos anteriores, lugar donde seguramente atracó la embarcación.

Según los escritos de aquella época, dice que habría dejado una cruz de piedra en el punto exacto, pero jamás nadie la encontró. Por una ironía del destino la embarcación de Díaz se hundió solo dos años más tarde, en otra tremenda tormenta, y precisamente delante al Cabo. Por supuesto que el nombre nuevo que traía muy buenos augurios ya se había olvidado.

En el año 1497, otro portugués, el Capitán Vasco da Gama, recorre la misma ruta y deteniéndose una semana en Table Bay para aprovisionarse de agua y víveres, toma contacto con los bosquimanos, que eran pequeños hombres de color, que se expresaban con sonidos crepitantes. Eran gentiles y hospitalarios, dispuestos a intercambiar animales y frutas por las manufacturas que traían en las embarcaciones y típicas de la civilización.

Otros navegantes portugueses, tal el caso de Rio d’ Infante, Jaos da Nova y Antonio da Saldanha, que dió su nombre a una bahía ubicada a 100 km al Norte de Ciudad del Cabo, visitaron sucesivamente el Cabo, y en el año 1579 el almirante inglés Sir Francis Drake, dejando de lado la tempestuosa reputación, lo describió como “el lugar más bello del mundo y la cosa más imponente que se haya visto navegando alrededor del globo”. Un comerciante portugués, Panteleón Sala, intentó instalar una pequeña base para realizar sus tráficos, dejando a algunos hombres en tierra firme. Pero apenas la nave partió, los navegantes que habían quedado, fueron rápidamente y sin miramientos, masacrados por los indígenas del lugar.

En el año 1600 los ingleses fundaron la famosa East India Company para el aprovechamiento de la India, y los holandeses, dos años más tarde, fundaron la Vereenidge Oostindische Compagnie (V.O.C.), una mezcla de soldados y comerciantes inescrupulosos. La acción colonizadora portuguesa, proveniente de Lisboa con la supervisión de la iglesia, reflejaba un conjunto de intereses: económicos, católicos y patrióticos; la iglesia inglesa, de manera privada, se movía confusamente entre la necesidad de hacer dinero y de mantener el buen nombre de Inglaterra, mientras la otra, la holandesa, confiada a astutos hombres de negocios, se preocupaba solo de los beneficios, sin que el gobierno o la iglesia pudiesen verificar lo ejecutado.

Los mares orientales se transformaron rápidamente en un campo de batalla: los ingleses contra los holandeses por el dominio de Java, los holandeses en contra de Portugal por la posesión de la península de Malasia y todos en contra de España que también aspiraba a las Islas de las Especias.

Pero aunque parezca increíble, ninguna potencia marina quería el Cabo de Buena Esperanza. Los portugueses hacían base en el Cabo Verde, los ingleses y los holandeses en Santa Elena y luego proseguían directamente hacia La India.

Pero mientras, una y luego la otra, entre 1488 y 1652 por lo menos 200 naves se detuvieron en Table Bay para reabastecerse de agua y víveres, y paradójicamente, con las relaciones de los comandantes, llegaban a Europa más noticias sobre el Cabo de sus graciosos indígenas y la extraña montaña en forma de mesa, que de los territorios ocupados por soldados analfabetos.

Frecuentemente, en los días de cielo limpio y transparente, aparecía, sobre la cima de la montaña plana una capa de niebla muy cerrada similar a una sábana blanca, que resbalaba sobre los costados escondiéndola.

“Es el diablo que sacude el mantel” -comentaba la tripulación, y de éste modo, se multiplicaban las leyendas.

Había dos simpáticas tradiciones que hacían que el Cabo fuese particularmente apreciado por los marineros: quien veia primero la Table Mountain, tenía el derecho a una moneda de plata y en tierra había algunas piedras que oficiaban de correo; debajo de éstas se podían dejar y a su vez encontrar cartas para y de las familias que quedaban en Europa o en la isla de Java. Se consideraban inviolables y eran llevadas a destino incluso por las mismas naves enemigas.

Tan solo en el año 1651 la Vereenidge Oostindische Compagnie, llamada también Jan Compagnie en contraposición a la East India Company o John Company, decidió instalar en la bahía del Cabo una base logística fija, una especie de “taberna del mar” sobre la ruta a la India, y el 6 de abril de 1652 Jan van Riebeeck, un holandés de 32 años ex dependiente de la empresa V.O.C., que había estado prisionero por insolvencia y tráficos no muy claros, quizás ilegítimos, en Yakarta, tiró el ancla en Table Bay con un primer grupos de colonos.

Había partido desde Amsterdam con su esposa, un hijo y 5 naves, y llegado a Ciudad del Cabo en solo 104 días de navegación (en esos tiempos las naves empleaban por lo menos cuatro meses) con solo dos muertos entre su tripulación. Su misión era levantar un asentamiento estable con capacidad para aprovisionar de agua y víveres a las naves de la V.O.C., construir un fuerte, un astillero naval, un hospital para los marineros enfermos y un jardín botánico en el que se pudiese probar, en un clima templado o moderado, a las especies provenientes de los trópicos.

En un primer tiempo los europeos que desembarcaban eran todos dependientes de la V.O.C., pero luego la compañía pensó que era más conveniente dejarlos fuera de la compañía y comprarles a precios fijos el grano, la carne, y las demás mercaderías alimenticias. De este modo se transformaron en agricultores y criadores y fue el inicio de Ciudad del Cabo y de la Colonia del Cabo.

Hoy el Cabo de Buena Esperanza es parte de una reserva natural de 7750 hectáreas, rica en proteáceas, ericas, blancos helichrysum y demás plantas raras (por lo menos 13 especies son naturales del lugar) unidas por una característica asociación vegetal llamada “Fynbos”.

Se puede pasear en auto y tomar sol en románticas playitas de clarísima arena, rodeadas de gigantescos peñones redondeados.

En el centro de la reserva hay un restaurant y un pintoresco bus, el “Flying Dutchman”, que va y viene continuamente, para aquellas personas que no quieren o no pueden subir a pie hasta el último gran estacionamiento de autos y el mirador de Cape Point. Se encuentran con mucha facilidad parejas de avestruces con sus polluelos, rebaños de babuinos sumamente astutos y los famosos Bontebok, los raros antílopes sudafricanos que llevan en su piel un curioso dibujo en blanco y marrón y que se han transformado en el símbolo de la Provincia del Cabo.

© Giuseppe Mazza

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